Freud: Acusado e imperdonable
Antonio Valle / La Jornada Semanal
Martes 23 de Septiembre de 2014

Existen obras universales que explican los motivos por los que algunos pueblos y civilizaciones han vivido en la gracia o en la desgracia.

Por ejemplo, en la Biblia se habla de regiones y períodos idílicos maravillosos pero también de ciclos de inmensa pesadumbre. Otro libro, igualmente traducido a muchas lenguas, es Don Quijote, cuyo personaje enloquecido tal vez le haya servido a millones de seres alienados.

De esa materia literaria –humana, demasiado humana– en la que muchos hemos abrevado –y de la que seguimos hablado hasta el cansancio– en realidad sólo poca gente tiene (para la dimensión del problema de salud mental) alguna idea de su importancia ética, cultural y espiritual.

Por aquí y por allá se citan versos del Génesis, del Cantar de los cantares o del Apocalipsis, de la misma forma que se aclama al Caballero delirante que no deja de vagar por La Mancha apoyado por la metáfora de Dulcinea entre aparecidos, espejos y molinos.

Si de por sí toda cita es sacada de contexto, como dice Derrida, las opiniones caprichosas suelen fatigarnos hasta el cansancio. Lo mismo sucede con la obra de Sigmund Freud, que asediada por el lugar común ha devenido en una especie de manual de chistes y desprestigio.

Tal vez por eso todos los diablos, pobres o ricos, ortodoxos y conversos, fieles, ateos o apóstatas, estériles y fecundos, malditos o sublimes; es decir, prácticamente todos los hombres y mujeres de la tierra en algún momento de nuestra maravillosa o depresiva existencia, hemos sentido el temor que nos provocan los libros de Freud y sus vislumbres abismales.

Las feministas, por ejemplo, lo acusan de falócrata irredento; los judíos de laxo ante religiones cercanas o lejanas; artistas y escritores de reduccionista (además de que –dicen– suele recurrir a sistemas fantasiosos de interpretación poco ortodoxa); algunos psiquiatras sádicos –a los que les quitó buena parte de la chamba– no lo bajan de embustero.

Por su parte, los psicólogos conductistas y los abundantes terapeutas de la new age lo acusan de ser adicto a las complicaciones de las profundidades; los “curas” (y otros administradores religiosos) lo aborrecen por haber inventado un “maleficio” lleno de “pulsiones” llamado psicoanálisis; y por supuesto, los maestros de la guerra –como los define Neil Young en una canción piadosa– lo acusan de exponer descaradamente sus negocios vinculados a instintos asesinos; mientras que algunos sectores pacifistas lo incriminan de impiedad por asegurar que pulsiones violentas son consustanciales a la especie humana.

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Link a ensayo completo en:
http://www.jornada.unam.mx/2014/09/21/sem-antonio.htm

 
 

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