Humberto Musacchio
Como en 1929, cuando se desató el movimiento por la autonomía universitaria, otra vez un reglamento de estudios —esta vez del Instituto Politécnico Nacional— saca a la calle conflictos soterrados que se resumen en la ausencia de una perspectiva mejor para los estudiantes y sus familias.
A principios de 2012, tuvimos una primera llamada con el movimiento Yo Soy 132, el que de manera suave, difusa y confusa mostraba el malestar de una generación que no tiene futuro, no por lo menos en las condiciones de hoy. Aquello fue un aviso, lo que hoy tenemos es una difícil prueba para las autoridades.
No bien se habían expresado los primeros síntomas de la inconformidad politécnica, cuando en Iguala, Guerrero, la brutal policía del municipio y pistoleros salidos de quién sabe dónde disparaban contra jóvenes inermes de la Normal de Ayotzinapa, contra otros civiles igualmente desarmados e incluso sobre el camión que transportaba a los chicos de un equipo de futbol.
El martes, en la ciudad de México, ocurrió un hecho sin precedente: Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación, salió a la calle en mangas de camisa y para sorpresa de decenas de miles de manifestantes ahí reunidos, inició con los politécnicos un diálogo que esperamos continúe y desemboque en un acuerdo civilizado.
Lamentablemente, no bien había terminado el encuentro de Bucareli cuando en la Ciudad Universitaria, un grupo de individuos —se dice que vestidos de sudadera y cachucha— lanzó bombas molotov y disparos contra varios vehículos, provocando un incendio.
Sin dotes de profeta, se puede adelantar que los politécnicos suscitarán la solidaridad de los estudiantes de otras instituciones y es de esperarse que siga privando la prudencia y la disposición al diálogo en las autoridades y los jóvenes. El país está cubierto de pasto seco que en cualquier momento se incendia.
A diferencia de 1968, hoy México se encuentra con un Estado en retirada, debilitado hasta el agotamiento, incapaz de imponer el orden en amplias zonas del territorio nacional. Lo peor que podría ocurrir es que el gobierno crea que un movimiento de grandes masas, como el del Poli, puede ser inventado o movido por la voluntad de uno o más individuos y que el remedio es la represión al estilo criminal de Gustavo Díaz Ordaz.
La rebeldía tiene causas claras. Lo que corresponde a las autoridades es dar una respuesta satisfactoria a las demandas estudiantiles, aclarar los hechos de violencia, detener a los responsables de la agresión a los jóvenes en Iguala y de los bombazos en la Ciudad Universitaria. Ojalá prive la inteligencia.