En memoria del Maestro Gildardo Meda Amaral, un educador congruente y un estudiante apasionado.
Hoy día del maestro, el maestro tiene poco que festejar, si acaso que tiene estudiantes. Que si los atiende, le dan visibilidad y reconocimiento, algo estarán aprendiendo. Y si no los atiende, le dan más visibilidad y mucho de qué hablar: “maestro corrupto, haragán desobligado, mira que dejar a los niños sin clase, quitándoles el derecho de aprender.”
A nivel de los medios masivos y de buena parte de la opinión pública poco se ve más allá. No se ve que los maestros que atienden la educación básica y media superior, provienen, en su gran mayoría de los sectores sociales más vulnerables, al 40% de sus familias, los ingresos no les alcanza para la canasta básica alimentaria, datos del INEE en el informe 2015 sobre docentes. Y las condiciones se agudizan si pensamos en los maestros de las comunidades rurales alejadas, de los maestros indígenas o los que trabajan para CONAFE.
Con facilidad, los gobiernos, las autoridades educativas, las televisoras y la sociedad con poder, se rasgan las vestiduras ante las protestas, las manifestaciones y los plantones. Lo que no comparto es el uso de la violencia para la exigencia de derechos, pero tampoco la condeno. Antes habrá que contestarse a quien hay que condenar por la violencia estructural: la explotación en el trabajo, la desigualdad, la corrupción, la impunidad, los monopolios no nada más económicos, sino ideológicos, que están imponiendo una visión del mundo, la sociedad, la política y por supuesto de los maestros.
Ni las autoridades, ni los sindicatos de los trabajadores de la educación, quieren ver que tratan de imponer una reforma que llaman educativa, sin ser ninguna de las dos cosas. Comparto los beneficios de un sistema de selección de maestros conforme a criterios de calidad profesional, igualmente la evaluación periódica de su permanencia. Lo que no se puede compartir es que siendo nuevos marcos jurídicos, se apliquen con la misma cultura de corrupción, simulación y al servicio de los funcionarios con poder.
Nuevas legislaciones, no hacen nuevas reformas ni sociales, ni políticas, ni económicas, ni educativas. Las actuales. En particular la educativa, está lejos de los maestros porque así lo decidieron gobierno y sindicato, excluir a los maestros. Ahora el problema es con quien y que reforma educativa se implementará.
Si se mantienen las mismas condiciones de origen de los maestros; las mismas condiciones de la formación inicial y continua; las mismas condiciones de opacidad y antidemocracia sindical y las mismas condiciones de autoritarismo gubernamental, no es posible pensar en un cambio en el perfil del maestro ni en el perfil de la educación mexicana. Se necesita una reconstrucción del tejido de los actores de la educación, para crear comunidad educativa. En la disputa, la imposición y la discrecionalidad, no se puede crear nada educativo, todo mundo está a la defensiva.
¿Qué celebrar en este escenario? Quizá la representación de Esperando a Godot, de Samuel Beckett.