Exposición de objetos antiguos
Jorge García Espinosa
Domingo 28 de Enero de 2007
Los museos son puertas en donde el tiempo y el espacio se revuelven entre muchos pasados. Entrar a cualquiera es mucho más que adentrarse en la chistera de un mago. Aparecen y desaparecen historias y personajes dignos de cuentos más impactantes que los aparecidos en el libro de Las mil y una Noche.
La historia humana se revuelve en figuras, formas y colores que de alguna manera nos completan. Después de salir de cualquier museo uno es más Uno.
El Museo Nacional de Antropología e Historia en el Distrito Federal, es uno de los más visitados, tanto por su estilo arquitectónico como por la muestra histórica permanente del México prehispánico.
Llegar a él es encontrar un espacio que nos hace reencontrarnos y crecer como mexicanos. Después de visitar sus diferentes salas dan ganas de abrazar a los indígenas mexicanos y disculparse por esa grandeza llena de humanidad, casi siempre maltratada y olvidada.
Otra de las maravillas del Museo es que cada año nos sorprende con muestras de otros países. Él nos ha dado la oportunidad de conocer a algunas esculturas de la Magna Grecia, o los tesoros de Egipto con su extraordinario libro de los muertos.
Esta vez nos invita a conocer los tesoros de Irán, antes Persia.
Desde la entrada nos sorprende con un cuarzo de más de un millón años. Su antigüedad sobrepasa cualquier imagen grabada en nuestra mente. No hay objeto en la memoria con esa antigüedad. Uno lo admira y se sabe inferior a él. Dentro de sí tiene historias que necesitará varias generaciones para descubrir.
Hay cuencos de hace más de cuatro mil años, donde manos y bocas grabaron historias, como las manos la belleza.
Existen figuras de cuerpos femeninos de más de tres mil años. Sus formas y su plasticidad son de una gran sensualidad. Ante ellas uno se abstrae y a ratos vuela. Entre las 367 piezas de la exhibición destaca una puerta con incrustaciones de concha y metal (oro y plata probablemente). Es tal su perfección que dan ganas de no abandonarla. Uno ante ella siente el poder de la perfección y algo se mueve por dentro.
La otra pieza de la exposición es una edición del Corán del siglo XIV. Estar ante tal composición de trazos y formas estilizadas permite percibir un toque de Dios.
La última es una mujer en llanto. Sus miembros como sus pies y sus piernas se exageran par resaltar su sexo. Sus manos se toman la cara con tal desesperación que nos toca el dolor, y uno no puede dejar de pensar esa pieza como la representación del pueblo iraní ahora tan golpeado.
 
 

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