Intolerancia
Mayté Noriega
Sábado 27 de Octubre de 2007
Hay un punto en el que la tolerancia deja de ser una virtud. Y a ese punto hemos llegado frente a las declaraciones de Gerardo Fernández Noroña, intolerantes, machistas, fanáticas, misóginas, faltas de respeto y abundantes de estulticia.

No tendrían eco ni sentido si los periodistas y los medios no las recogieran de manera puntual para reproducirlas. Su difusión produce varios efectos. Otorga minutos de fama inmerecida a un ser que ha hecho del ridículo y el escándalo una forma de vida.
A sus aliados, la satisfacción que deja a los pequeños la ofensa proferida. A la sociedad indiferente a su causa, el desdén; y a los ofendidos, la indignación ante un acto irracional que, como otros, debe considerar un nuevo divertimento. Un divertimento irresponsable que atrae reflectores, grabadoras, cámaras y micrófonos.

El defenestrado vocero del PRD, promotor de la causa de Andrés Manuel López Obrador, considera un ataque la expresión libre de legisladores y militantes de su partido, que no comulgan con el proyecto personalísimo de su líder.

Reconocer o no reconocer a Calderón, he ahí el dilema. El hecho es uno, que Calderón gobierna nuestro país y que sobre esto no hay dudas. Negarlo es un acto de escapismo intelectual, una maniobra estéril, una postura irracional e incongruente.
Hasta los legisladores que “no reconocen” a Calderón, presidente constitucional de México, discuten sus iniciativas, las modifican y las aprueban, y aprueban también sus viajes al extranjero, en su carácter de jefe de Estado y de gobierno.

Sorprende el hecho de que los legisladores y militantes del PRD permitan que ese individuo los cuestione y más que eso, los ofenda. Sorprende que toleren las presuntas imposiciones del legítimo y sus regaños. Sorprende su ceguera frente a una realidad que los aplasta en la descalificación y el insulto.

En los últimos días las críticas e insultos contra Ruth Zavaleta, presidenta de la Cámara de Diputados, han aumentado en número y en magnitud. El insulto es más vil cada vez, más bajo. “Entregó el cuerpo por un huesito”.

El pecado de Ruth Zavaleta y otros perredistas ha sido reconocer la realidad de que Felipe Calderón gobierna nuestro país, aunque algunos de ellos cuestionen su legitimidad. Nada es tolerable fuera de la veneración y el sometimiento a los dictados del caudillo, nada fuera del seguimiento fanático de un movimiento estático, detenido en la proclama de la presunta ilegitimidad del presidente Calderón.

La ofensa a Ruth Zavaleta deja en el desconcierto a quienes la escuchan y evidencia la ruindad de quien la lanza. Buen aprendiz, el vocero de nada manipuló para mover a un grupo que con pancartas escritas con lenguaje procaz insultó a quien cometió también el delito de participar con Margarita Zavala en la ceremonia inaugural del Congreso Internacional de Adicciones, “Modelos de vanguardia para la atención”.

Qué bajeza, cuánta mezquindad puede abrigar la mente de los ignorantes, de los “iniciados” en el culto a la intolerancia y la cerrazón, de los poseedores de la “única” verdad. De los estultos, los ambiciosos, los misóginos, los alérgicos al disenso y al diálogo que enriquece las ideas. Son los instigadores del odio social al que alimentan con su violenta diatriba.

Eso no es derecho a la libertad de expresión, es indolencia de una sociedad que tolera, por indiferencia, por temor, por impotencia, por ignorancia o por agobio expresiones que atentan contra el derecho a disentir, el derecho a la expresión del otro porque no coincide con la del grupo ofensor.
No se puede admitir un discurso en el que se ofende a una persona no sólo por el hecho de no alinearse ni aceptar el dogma de que AMLO es el legítimo, sino por ser mujer.

Los discursos de Fernández Noroña son el ejemplo más acabado del grado de degradación política al que hemos llegado. Nadie quiere broncas, nadie quiere discutir con radicales fanáticos y por ello la sociedad complaciente acepta la injuria como respuesta a quien decide un día ya no comulgar con ruedas de molino.
 
 

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