El día de muertos
Abdul Sahib Machi García
Viernes 02 de Novimiebre de 2007
La muerte no es un lujo, no es una opción, es una certeza, un acontecimiento que se presenta en latencia a lo largo de la vida de las personas, es una certeza que no tiene un momento específico de presentarse, es, pues una incertidumbre y por tal razón una angustia a enfrentar.
¡Qué mejor forma de enfrentar nuestras afecciones emocionales e intelectuales que con rituales!
El ser humano es un ser simbólico, de significados, que canaliza su necesidad de conocer a la construcción de alegorismos que dan una respuesta, si no real, al menos conciliadora entre su realidad y su necesidad.

Alrededor del mundo, en cada cultura y en cada tiempo, la muerte ha sido un tema imperativo, y con justa razón.
Los griegos, por ejemplo, tuvieron dentro de su tradición mitológica una serie de deidades que no sólo simbolizaban la muerte sino que además la describían, pues sólo así se le puede llamar a la trinidad conformada por las parcas Cloto, Láquesis y Átropos cuya actividad en el proceso de la muerte no es más que la manifestación simbólica del proceso real de la muerte: la preparación hasta llegar a la muerte en sí.

México no es la excepción respecto a la tradición sobre la muerte; de hecho es una de las culturas más ricas y pintorescas al abordar el tema.
El respeto y culto a la muerte ha existido en México desde épocas prehispánicas; mucho antes por su puesto. Desde tiempos de la cultura preclásica, (2,000 años A.C.), los teotihuacanos, toltecas, aztecas, huaxtecos, totonacas, otomies, puréchas, mixtecos, zapotecos, mayas, etc., practicaron el culto a la muerte y sus ritos eran similares entre sí.
Existe un poema del rey y poeta Netzahualcóyotl (1391-1472) en el que habla sobre la mortalidad incuestionable.
Y no se puede cronológicamente decir que el culto por la muerte nació en esa etapa de la historia, es seguro que desde los primeros indicios de la aparición de la razón humana, cuando el ser tuvo consciencia de los sucesos de la vida, comenzó el sentimiento de respeto por la mortandad, nacido seguramente por el miedo a lo que no se entendía.

Siempre la manifestación del ritual tiene un toque individual siendo relativo a la región, al momento y la persona o personas que lo practican; hay así una práctica del ritual a los muertos con gran influencia religiosa oficiándose éste bajo los preceptos de la iglesia; otra forma de celebración es más pagana influenciada por otro tipo de creencias, y hay, también, el ritual cuyo objeto es una forma catártica que lleva a la aceptación de la pérdida de un ser amado, no teniendo necesariamente una base metafísica o religiosa.

En nuestro país cada estado tiene una forma de vivir y celebrar el rito a los muertos. Velaciones, misas, cantos, alimentos, bebidas son un común denominador de la mayoría de las regiones.

En sonora el día de muertos tiene gran fuerza, al igual que en la mayoría de los estados del país, sin embargo existen algunas diferencias en la forma de celebrar el día de muertos de los sonorenses.
En el sur de México, por ejemplo, el festejo se manifiesta más tradicional, donde se realizan altares más elaborados, comidas netamente mexicanas y hechas por las familias de los muertos para sus muertos y para ellos mismos.

En Sonora la tradición consiste más en la presencia de los seres queridos, unidos por el lazo tenue de la ingestión etílica, maravillosa por cierto, que hace a los visitantes ver a los muertos más cerca de ellos, y le temen un poco menos a la muerte, al menos por mientras les dura “el ataranto”; la reunión de las familias, flores y flores y por supuesto más flores. Hay comida, pero comida de los vendedores ambulantes de los panteones, con bastante tierra encima, no preparada, la mayor de las veces, por los condolientes y nostálgicos visitantes; cañas de azúcar; los norteamericanos hot dogs (una mezcla de tradiciones); algunos tamales, elotes cocidos, hace aún un poco de calor quemando, o bastante para los de otras partes del país que vienen a visitar difuntos de su familia olvidados en estas tierras.

Sin embargo esta mezcla de culturas, ideas, sentimientos, actitudes y pensamientos son una tradición muy de Sonora, muy de Obregón.
Y aun así nuestra tradición es más compleja y rica que la carne asada de Vasconcelos; que no cabe duda, es deliciosa, es lo único que le faltó a Vasconcelos: un buen taco Sonorense, si no es que sí se lo comió y lo indigestó y por eso dijo lo que dijo.

Y hablando de prácticas culinarias combinadas con cultura o tradiciones, es curioso comerse un “hot dog” entre las abejas y las moscas que atraen las flores y su polen, mientras las personas riegan y barren las tumbas donde reposan los huesos de aquellos que alguna también estuvieron barriendo y regando la tumba de alguien más y comiéndose tal vez un tamal, por que quizá todavía no se acostumbraban los “hot dogs” en los panteones.
¡Sí, un hot en medio de algunos siglos de tradición que representa el culto u honra por los muertos! Lo que no evoluciona muere, dirían los evolucionistas o progresistas.
Y tal vez tengan razón, siempre y cuando la esencia de nuestros valores culturales, morales y sociales en general preserven la identidad…

Es más fácil ver a un ateo, por su puesto, en el panteón el día de muertos que ver a un integrante de otra religión diferente a la católica; esto sucede en cualquier parte del país.
Ésta es la herencia de la iglesia católica, que convirtió a los nativos de América, “respetando” o más bien dicho aprovechando y mezclando sus creencias, generando así un nuevo ritual, no estático, el de la adoración a los muertos, y su mundo, mezclado a las tradiciones cristianas prevalecientes en aquel momento histórico; es por eso que hay más católicos en los panteones el día de muertos que aquellos cuya religión ha roto con la tradición ortodoxa del catolicismo.

Sin embargo los rituales simbólicos del Día de Muertos, Navidad, los Santos Reyes, Semana Santa ya sobrepasan una tradición eclesiástica, llegando a ser éstas tradiciones nacionales, y algunas hasta globales, cuyo sustentos no son una serie de preceptos o creencias religiosas sino creencias comunitarias, personales; formas de explicar lo que no se entiende de forma racional.
Por tal razón el que cree en un dios, sea por medio de las iglesias o por creencias propias, o el que no cree, convergen en la celebración de muchos rituales; le dan sentido a muchas cosas de sus vidas por medio de éstos.

Los rituales entorno a la muerte no sólo tienen un significado de despedida, resignación y aceptación, tienen además un sentido de solemnidad que semeja al de los honores a la bandera y símbolos nacionales, como héroes patrióticos, batallas históricas.
Así es que el aniversario luctuoso de un personaje de importancia genérica para un pueblo, aun no siendo en la política o religión, resulta un acontecimiento que puede representar la noción y la representación de los atributos de las personas pertenecientes a ese pueblo en específico.
En cada entidad existen personajes en cuyo entorno se teje estos tipos de hitos y mitos que rinden ante su muerte y su tumba una representación de las virtudes de esa entidad en particular; en nuestra ciudad Obregón, hay héroes como Cajeme, Tetabiakte y otros personajes que aunque simbolizan algo en particular la mayoría de las personas no saben a ciencia cierta qué es; pero al fin algo es, y es más su muerte, su imagen etérea como ente histórico e ideológico, lo que representa algo para las personas, más aun que lo que en realidad pudo haber hecho en vida, pues ni siquiera lo saben; nos gustan, como a los románticos Ingleses, los héroes muertos, aunque sean más muertos que héroes.
En la película “Chaplin” se comenta, comenta más bien la última esposa de Chaplin, Oona, que los ingleses no soportaron que Charles no muriera joven, alcohólico y en la pobreza.
Ante este comentario nos damos cuenta de que aun en otras culturas, por su puesto, sigue dando significados la muerte: leyenda, inmortalidad intelectual e histórica.
Habría que hacer un estudio semántico al respecto; tal vez el estudio arrojaría ante la pregunta ¿Qué es un héroe?: “Es una persona, que ya ha muerto, que realizó un acto en beneficio de otras.”
¡Que ya ha muerto! Otra conjetura más.

Ante tanta conjetura me queda, aun en contra mía, justificarme: es difícil dictaminar la existencia de “la ley del sentir humano ante la muerte, en el mundo, el país y la región”, esto sería realmente absurdo como se canta en el título del capitulo en el que intenté basar este ensayo.
¡Qué decir!: la Iglesia y sus dogmas nos dan los símbolos que necesitamos para representar nuestra propia realidad, para unos desconsoladora y para otros confortable: existe irremediablemente la muerte y necesitamos algo que nos suavice el trago amargo.
 
 

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