¿Con que te vendes, eh? No por eso te odio ni te desprecio, dijo Adolfo Torres Corona a Mayra J. y acto seguido la invitó a pasar unas horas de placer en una casa de huéspedes de la calle Nuevo León… Esa que está en la esquina con Galeana y cuyas camas a veces están húmedas y a veces no.
Pues allí Adolfo y Mayra se entregaron al placer de la carne: Compraron varios taquitos de carne asada y después de engullirlos hicieron otras cositas, como presumirle él a ella de los muchos dólares que llevaba en la cartera. Así estuvieron, plática y plática hasta que se abandonaron a los brazos de Morfeo… es decir, se quedaron dormidos, pero más él que ella porque cuando Adolfo roncaba, la Mayra se dio tiempo para tomar la cartera y salir sigilosamente del cuarto, protegiéndose con la oscuridad de la noche que escondía su más reciente pecado.
Al despertar de su reparador sueño, Adolfo quiso abrazar a Mayra, pero sólo encontró un triste vacío a su lado, y otro vacío, más triste aún, en su cartera.
De inmediato se irguió sobre la cama y pensó: Nomás que no haya sido una mujer fantasma, como la de Guasave… Pero no, ella no era fantasma sino una dama de carne y hueso, según palparon los agentes que la detuvieron en el mismo lugar de los hechos.
|