Sin importar el medio específico –fotografías, pinturas, dibujos, esculturas-, las personas son casi siempre retratadas como “masculinas” o “femeninas”, como diferentes y desiguales. Sin embargo, en todos los países del mundo existe un movimiento de protesta creciente en contra de esta desigualdad de género.
Annie Leibovitz es y siempre fue una pionera de este movimiento. Gracias a algún rasgo alquímico de su espíritu independiente, a su arte que transgrede fronteras sin necesidad de ser traducido, a su capacidad para capturar un momento que transmite una novela entera y a su propia vida como mujer independiente que es madre de sus hijas, tiene la capacidad de retratar a cada mujer como complemente humana y única.
En esta exposición, tenemos el privilegio de mirar a través de sus ojos.
Y es un enorme privilegio. Nos permite empezar a comprender lo que nos hemos perdido en la imaginería religiosa y la publicidad, en los museos y las películas, en la pornografía y el erotismo; en todas aquellas formas que limitan a las mujeres para que encajemos en el género binario.
Desde luego que esta división también limita a los hombres. Sin embargo, debido a que los hombres han tenido mayor poder sobre la creación de imágenes en una sociedad que divida la naturaleza humana en dos, las mujeres han sido mucho menos proclives a ser vistas –literalmente, vistas- como seres humanos integrales.
De hecho, en ocasiones pienso que la única verdadera división en dos existe entre la gente que divide todo entre dos y la que no lo hace.
En la vida real, pueden existir entre tres y cinco ángulos para responder una pregunta y, sin embargo, desde el periodismo hasta el juzgado, parecería que son sólo dos.
Algunos estudios muestran que la competencia es mucho menos proclive a producir excelencia que la cooperación, pero como la competencia es vista como “masculina” y la cooperación como “femenina”, se considera que la primera es superior, incluso inevitable.
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http://www.sinembargo.mx/09-07-2016/3063775