Aturdido por el alcohol y el inclemente calor veraniego un hombre andrajoso se sentó en el césped junto a una toma de agua, en el exterior del Palacio Municipal.
Durante uno minutos dejó que el chorro de agua le refrescara el cuerpo y la ropa. Su expresión denotaba una relajamiento anhelado quien sabe cuántos días.
Pero el gusto le duró poco. Pronto llegó un policía y le ordenó quitarse de allí.
El tipo no hacía nada malo pero el policía ignoró la máxima humanista: Dad de beber el sediento.
Hacía mucho calor y el sol quemaba pero el tipo afeaba la fachada del Palacio Municipal. Eso debió haber pensado el policía antes de expulsar al hombre de aquel fugaz paraíso.