La construcción de obras de relumbrón, carísimas e innecesarias no inició con el nuevo estadio de beisbol, proyecto cuyo costo global ronda en 1 mil millones de pesos pagados con dinero público.
Este tipo de derroches insultantes tiene un antecedente cercano en las también carísimas e innecesarias obras de ornato que se realizaron durante la administración del Manuel Barro Borgaro, en particular la remodelación de plazas públicas y de la Laguna del Náinari.
Un programa de obras cuyo costo fue superior a los cien millones de pesos y que en menos de cinco años se han vuelto inservibles y permanecen ahora como un testimonio de derroche e irresponsabilidad pública.
El caso más evidente por su tamaño y ubicación es el de la pérgola construida en la remodelación de la plaza "Álvaro Obregón" y cuyo diseño incluía una lona ya destruida.
El proyecto arquitectónico de esa remodelación incluyó la tala de árboles y la destrucción del hemiciclo techado a cuya sombra se acogían los transeúntes y quienes esperaban los camiones de la ruta Esperanza-Cócorit.
Por ese presuntuso diseño "aerodinámico y modernista", como lo calificó un arquitecto, la plaza pública del zócalo obregonense quedó casi abandonada. Desde su reinauguración, en septiembre del 2011, sólo unas cuantas personas la atraviesan caminando pero pocas permanecen allí en las horas de más calor.
El proyecto costó a los cajemenses poco más de 24 millones de pesos y se justificó en su momento como una inversión necesaria para "atraer más turismo".
Por si fuera poco ese gasto, enseguida se construyó el andador que suplió a la clausurada calle Montero Morales, junto a la catedral. Una horrible hilera de marcos de concreto sin ninguna función estética, pero justificada así:
"Recursos que superan el millón de pesos invierte el Ayuntamiento de Cajeme en una obra que permitirá brindar a la ciudadanía espacios más funcionales para disfrutar la recién modernizada Plaza Álvaro Obregón" (10 de febrero de 2012).
Y frente a la plaza "Álvaro Obregón" también se remodeló la explanada quese ubica entre el edificio de la Agencia Fiscal y la Biblioteca Pública, como se remodelaron la plaza "Lázaro Cárdenas" o "18 de Marzo" (con un costo de 9 millones 500 mil pesos), la plaza "Benito Juárez" (3 millones 500 mil pesos), la plaza de la colonia México (1 millón de pesos) y la construcción de un insignificante parque líneal de la calle Michoacón entre bulevar Ramírez y 300, obra precaria que costó también 3 millones 500 mil pesos.
Eran los días del padrecismo boyante, había que gastar en obras de relumbrón y, como hoy sucede, no era raro que los contratistas fueran empresarios foráneos, de Hermosillo o Guadalajara.
Allá en las fuentes
Pero quizá la obra más polémica, por ser la más costosa y a la postre inservible, fue la instalación de las carísimas fuentes danzantes, cuyo costo inicial alcanzó los 47 millones de pesos.
Inauguradas el 12 de enero de 2011, ante más de 10 mil cajemenses que se apostaron alrededor de la Laguna para presenciar un "grandioso espectáculo", las fuentes danzantes no duraron más de 15 días funcionando porque un desperfecto electromecánico impidió que continuaran en servicio.
Después de reparado el desperfecto, las fuentes volvieron a danzar pero sólo por poco tiempo y después se apagaron definitivamente.
De ellas sólo queda un chorrito que se hace grandote y se hace chiquito, pero ya no para atraer al turismo, como presumía el alcalde Manuel Barro, sino ahora solo para circular y oxigenar el agua de la Laguna y evitar que se formen sargazos.
Los recursos invertidos en la inservibles fuentes no fueron todo el gasto millonario que se hizo en la Laguna del Náinari. También se hizo una "remodelación" que redujo lo más importante de todas las lagunas artificiales como ésta: Su espejo de agua.
Y para ello fue necesario desazolvar, remover y sacar tierra, todo con un costo altísimo que junto con lo pagado por las fuentes podría haber alcanzado los cien millones de pesos.
Hoy las plazas remodeladas hace cinco años y las fuentes danzantes de la Laguna solo quedan en el registro de la historia local como un episodio de vergûenza, no solo por los autores del derroche insultante, sino también por la indiferencia de una comunidad que parece acostumbrada a permitir que pasen estas cosas sin hacer nada para impedirlo.
Como sucede hoy con la construcción del nuevo estadio de beisbol. Pero ésa es otra historia.