Modelo informativo en radio
Carlos Monsiváis
Domingo 13 de Enero de 2008
La conmoción (el término es muy preciso) causada al rescindirse el contrato de Carmen Aristegui en la XEW, y alegarse motivos nunca explicados (diferencias de “modelo informativo”), desata al instante consecuencias cuya importancia continúa viéndose, entre ellas la defensa de la libertad de expresión, y, algo básico, la valoración de los significados múltiples de la radio en el periodo que se llamó de la transición y que hoy, tal vez, se califique de la etapa de recesión de la transición o de interrupción negociada de las esperanzas.

A propósito del papel de la radio.

1. Si se le compara con la televisión, a la que el televidente no tiene acceso directo, salvo si se trata de controles remotos o programas de concurso (¿cuántos caben en Big Brother?), la radio en materia de opinión pública y desde hace dos décadas desempeña un papel fundamental.
A la expresión tantas veces enunciada de modo retórico “Darle voz a quienes no la tienen”, se ha respondido amplia y diversamente, y además de las radios comunitarias que marcan el ingreso de colectividades marginadas a procesos de politización y denuncia mediáticos, se admite la transformación radical de los recursos típicos, como las peticiones al locutor y las “horas del teléfono libre”.

Los radioescuchas irrumpen, fijan con su propia voz y de modo crecientemente desenfadado, se quejan, vierten sus resentimientos y las denuncias específicas contra la policía y el gobierno, cuentan sus historias personales, convocan a los oyentes a no dejarse, se exaltan románticamente.

2. Debe tomarse muy en cuenta, antes de la liberación de juicios y opiniones políticas, el avasallamiento del habla popular, la “sexualización” de un buen número de programas (los consultorios sicológicos, por ejemplo: “En el caso de mi adulterio, ¿en quién debo fijarme primero: en mi mujer o en mi suegra”?), las tácticas de los locutores que llaman a los domicilios y se enfrascan en conversaciones “cachondas”, impertinentes, agresivas.
El habla de todos los días —salvo un puñado de palabras sagradas— se introduce en la radio, el “espejo auditivo de la nación”.

3. Liberada parcial pero categóricamente de la censura, la radio, de modo desigual y combinado, aminora sus deficiencias y limitaciones al infundirle a su público la sensación de que recupera o, más bien, de que por vez primera obtiene su voz, el instrumento adecuado para inquirir y opinar sobre las cosas serias del sexo, la política, la perplejidad en las motivaciones últimas de la conducta.
El que o la que consigue que entre su llamada adquiere por unos minutos esa “carta de ciudadanía” que le viene de reclamar sus derechos o confesar sus secretos (¿y quién quiere secretos a estas alturas?).

Aunque podría parecerlo, este hablar por teléfono para denunciar o increpar no anuncia un desahogadero, ni revela la trampa catártica del desquite fugaz, que las autoridades han colocado por pura malicia.

El o la que usa el teléfono para querellarse o exigir necesita al principio de la dosis de valor civil suficiente al ignorar el nivel de las represalias posibles, y al fijar su posición ante un público inasible; con esto, se compromete ante el público ideal en el apoyo a la solución del tema/problema, por lo menos durante una semana, tiempo récord si se atiende a los escollos, el fastidio o la imposibilidad de seguir un hecho noticioso en la televisión o en la prensa.

(Carmen Aristegui siguió por varias semanas asuntos que hubiesen desaparecido de otro modo, como el de doña Ernestina Ascensión, y su muerte en Zongolica, Veracruz, el de Lydia Cacho y su vigorosa denuncia de Kamel Nacif y el góber precioso, cuyo diálogo francamente histórico Carmen divulga por primera vez, mi héroe chingao, del sacerdote Marcial Maciel, antes tan defendido, hoy tan olvidado, de la protección del cardenal Norberto Rivera al cura Nicolás Aguilar, etcétera, etcétera.)

4. Inesperadamente, cuando todo se creía sometido al imperio de las estaciones disqueras, la radio se transforma en uno de los espacios primordiales de la sociedad.
A diario y aun en medio del control empresarial (de los políticos y empresarios, antes especies algo distintas), en muchas estaciones se vierten informaciones copiosas sobre casos límite, ¿y quién no considera el suyo un caso límite?
El control tradicional se aminora o, en lo tocante al “alma de las apetencias sexuales”, casi se desvanece.

Y hay información copiosa sobre atropellos a la ciudadanía, fallas orgánicas de las ciudades y de los barrios, represiones policiacas, violencia de pandillas, alza de precios, consecuencias del TLC, respuestas al acontecimiento político del día.
Y el control se expresa por la mitomanía: la popularidad de Zedillo (Fox, Calderón) es de 92%, el resto se fue de migrantes.
Entre las estadísticas urdidas y los avances pese a todo, un sector numeroso observa “desde fuera” el tono de su discurso, la elocuencia o las trabas de su manejo verbal (por impulso levantisco, timidez, falta de conocimientos, imposibilidad de callar o censura interna).
Gracias a la radio, los oyentes advierten con nitidez las coincidencias y las discrepancias con sus semejantes o sus adversarios.

5. En 1968, en el auge del movimiento estudiantil, Radio Universidad, casi de seguro la única estación entonces con un margen de independencia, por instrucciones del rector Javier Barros Sierra pone a la disposición del movimiento estudiantil un programa de información que, junto con la serie El cine y la crítica de parodia política, es todo el apoyo radiofónico que reciben los estudiantes disidentes.
Y este mínimo registro crítico, en el marco del llamamiento al aquietamiento y de la rabia antiestudiantil, lleva en la Cámara de Diputados a los priístas Luis M. Farías y Octavio Hernández a calumniar al rector luego de la ocupación militar de Ciudad Universitaria.
Insisten los diputados: Barros Sierra ha auspiciado la conversión de Radio Universidad en un foco agitativo. Y se cita a los dos únicos programas heréticos.

6. En 2008 el panorama es irreconocible. Con todo, la censura, y lo de Aristegui es censura, nunca se entera del absurdo de querer suprimir el todo de la disidencia, y nadie le ha dicho que sin mínima credibilidad ninguna estación se sostiene.
Sin la participación del público, la radio es sólo difusión musical y a esa necesidad de no dejar ir las audiencias se añade el desarrollo mismo de la sociedad cuya nueva costumbre es la crítica.

7. El episodio o el caso de Carmen Aristegui reitera la profundidad de los reflejos condicionados del autoritarismo: si no aceptas servilmente mis decisiones, te pones al margen de mi ley (“al cielo con mis instituciones”), porque la ley sólo autoriza el apoyo a mi gobierno o a los intereses de mi empresa.
Por lo visto, la clase gobernante no tiene ganas de aprender, aún confía en las intimidaciones o presiones políticas y en la ausencia de representaciones de la sociedad civil, en especial de los sectores de oposición.

Los gobernantes (políticos y empresarios) continúan identificando la crítica con la blasfemia, y no se explican por qué ante cada una de sus declaraciones de triunfo (¡el TLC enriquece a los campesinos!), el pueblo entero, jubiloso, no se pone a rezar.
 
 

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