"¡Tierra a la vista!", exclamó Diego Reyes desde el mástil. Rusia no está tan lejos de Trinidad y Tobago; el Atlántico se hizo más corto. 0-1. La Selección Mexicana se llevó el botín entero de Puerto Príncipe. Las discusiones estéticas serán para otra ocasión. Primero, que llegue el barco.
El cabezazo de Moreno, ya de caída tras su salto, fue la primera ola que rompió sobre el Hasely Craword; el arquero Williams contuvo con el único mérito de la ubicación. La réplica de Trinidad fue furibunda; el perímetro mexicano concedió zonas desmilitarizadas en sus linderos y los ‘Socca Warriors’ enviaron aviones de reconocimiento. Uno de ellos, un supersónico, fue piloteado por Cato, con una filigrana de favela mediante. Los primeros minutos discurrieron envueltos en el calipso incontenible; un partido en pleno cierre de carnaval: algo de acción y mucho de desgana.
Después, los pupilos de Lawrence, despabilado central en sus tiempos mozos, trazaron mejor en el centro del campo mientras a Molina le rebasaba el agua sobre el dique; tenía que parchar Jiménez, pero para defender es una pieza de papel de estaño y un bloque de titanio. Tampoco en su hábitat fue una fiera: el centro de Salcedo desde la derecha llegó a su cabeza, y el tenue rozón de su coronilla solo añadió incertidumbre. Entonces, Cato desgarró el costado derecho, esbozó un pase en carrera al mismo perfil, made-in-Messi, para Jones, un lateral como un cuchillo, quien partió por la mitad la meta de Talavera. Valdin Legister borró el tanto de los registros; su asistente, Washington, creyó que Jones había incursionado en zona de exclusión. Aquí no hubo VAR. Esto es Concacaf, Puerto España, no París. Aquí, al valor humano, no hay cabida para el glamour tecnológico.
A Trinidad le apagaron el interruptor para el segundo tiempo. Jones se marchitó, George extravió la brújula, Cato sufrió un cortocircuito y Lawrence se quedó sin explicaciones. Apenas tras el silbatazo, Herrera giró sobre el vértice del área e impactó a la base del poste izquierdo; un atisbo de su genio. Mientras México se asentaba sobre el césped, Molino planchó a Salcedo. La temperatura subió cuando Chicharito encaró al trinitario. Algo de sangre entre la niebla.
Layún probó el resorte de Williams y a partir de ahí comenzó la depresión trinitaria. Entonces, el lateral del Porto colgó el cuero desde el córner y Diego Reyes remató de cabeza, sin alto, casi como estatua, para derrumbar el Hasely Crawford. Primer gol en Selección para el central del Espanyol; un síntoma de los tiempos de Osorio, el carnaval de los estrenos y los ‘nunca-antes’. A partir de entonces, el Tri reposó con majestad, sin colorete, a respiro limpio. Dominio sin abrumo, sentado en la terraza, dejándose magrear por la brisa, aunque sin apartar el dedo del gatillo; esa tranquilidad intranquila. Chicharito aún tuvo dos ocasiones para estirar la ventaja: la primera, con tiro sin pólvora y la segunda, con una maniobra patentada por él mismo: resbalón, ‘chiriporca’ y risas enlatadas. Por lo demás, Cato aplicó electroshocks, Pineda y Gallardo juguetearon sobre el césped y Vela usó de corbata a Cyrus.
10 puntos. Uno menos que todos los recolectados en 2013. Invicto, líder (por primera vez desde el hexagonal rumbo a Alemania). Paso campante, señorial... Hace cuánto no escribíamos esto. Tranquilidad, al fin. El visado para entrar a Rusia ya está sellado. Falta el boleto. Las cúpulas de caramelo derrito de la Catedral de San Basilio se avistan al horizonte...