Examen de admisión
Sergio Anaya
Domingo 02 de Abril de 2017

Los años universitarios en la Cd. de México (4)

El ir y venir de gente feliz en los pasillos de la plaza comercial contagió de inmediato a los seis jovencitos que ocupaban la banca de madera, cuatro sentados, uno de ellos con medio cuerpo en el aire, sin apoyo, y dos parados, los seis en plática abierta intercalada con gritos que llamaban la atención de los transeúntes. Es tarde de sábado, una sensación de bienestar reflejaban los rostros de tantos desconocidos merodeando los escaparates en busca de una oferta, de algún objeto para desear a plazos, o simplemente para comentar los precios mientras se dirigen en parejas al restaurante, otros al área de cines, un solitario sigue con la mirada a las chicas en minifalda y ellas, ajenas a tan libidinosa admiración, corean en voz baja la canción de moda. 

En ese mapa humano estaban el Gordo Sánchez, con medio cuerpo en un extremo de la banca, Rafa Valdez, los hermanos Macana (Adolfo y Enrique), Octavio el de lentes y Alberto Ramírez; tres aspirantes a Medicina, dos a Odontología y uno a Veterinaria en la UNAM.

Ninguno de los seis estaba allí con la intención de comprar algo o de meterse a un cine, los atrajo el simple interés de conocer la Plaza Universidad, un conjunto de negocios comerciales reunidos en un espacio donde se respiraba la prosperidad de la clase media capitalina. Era la década de los setentas y lugares como ése no había en la ciudad de aquellos muchachos ávidos de conocer cuanto antes los puntos de referencia urbana en la gran capital. Adaptados al ambiente circundante se dejaron llevar con alegría por los temas de siempre aderezados con palabras vulgares, como si estuvieran en su pueblo, parloteaban sin ocultar el orgullo de sentirse como extranjeros en su país. En el relajo compartido de repente saltaba una preocupación genuina: Se encontraban los seis en la etapa de espera para conocer el resultado del examen de admisión a la Universidad. Estaban confiados pero no seguros, menos aún los interesados en Medicina, una carrera con sobredemanda que obligaba a una selección rigurosa donde no daban la talla los promedios regulares ni quienes hicieran un examen de admisión mediocre.

Diez días antes estuvieron en el complejo deportivo de la Magdalena Mixhuca, donde se aplicaba el examen alos miles de aspirantes egresados de preparatorias no incorporadas a la UNAM; sólo éstas daban el pase directo, el resto debía presentar el examen que incluía temas como adivinar el nombre del volcán que cubrió de lava la zona de Copilco, además de los consabidos problemas algebraicos y referencias de cultura general. Los seis amigos venidos de Sonora estaban lejos de ser estudiantes sobresalientes pero tampoco eran mediocres, cumplieron bien en la prepa y cuando se aplicaban podían subir sus promedios. El examen de admisión lo tomaron como un obstáculo superable, además conocían a paisanos ya inscritos en la UNAM y en Politécnico Nacional que no eran precisamente unos genios y habían sorteado la prueba con éxito, ¿por qué ellos no?

Eran necesario esperar diez días para conocer el resultado, que llegaría por correo al departamento de Gil, un paisano con varios años de residencia en la colonia Roma por lo que fue fácil escribir su dirección al solicitar el examen. La espera la tomaron tranquilos y mientras llegaba la anhelada información se dedicaron a conocer los lugares obligados para los provincianos. Unos, llevados por la tradición familiar, acudieron a la Basílica de Guadalupe un fin de semana atiborrada de peregrinos oriundos de estados vecinos; no era 12 de diciembre pero el fervor de cientos de personas caminando sobre las rodillas, los rezos y milagros implorados, la danza incesante de los concheros, pusieron a los jóvenes norteños en contacto con una realidad hasta entonces sólo conocida en películas y a través de la televisón; no era lo mismo eso que verlo y vivirlo en la Basílica. Una impresión duradera. 

Otros optaron por dirigirse al bosque de Chapultepec, castillo y zoológico incluidos, para recordar las imágenes de historia nacional en la escuela primaria. Aunque más bien no eran los Niños Héroes ni los changuitos el motivo más apremiante sino la curiosidad de saber qué tan cierto era, como contaban algunos, que allí podían conocer a muchachitas cándidas fáciles de conquistar. Pronto descubrieron la falsedad de estas habladas pues cuando llegaron ya se les habían adelantado policías y carteros en días de descanso.

A las muchachas sonorenses recién llegadas les atraía en especial conseguir un pase para asistir al programa "Siempre en Domingo" con Raúl Velasco, y algunas lo consiguieron a través del novio de una amiga que trabajaba en Televisa. Allí, encaramadas en las butacas del estudio televisivo, conocieron a los cantantes de moda sin dejar de hacer señas cuando las cámaras apuntaban hacia donde estaban ellas, que esperaban así ser reconocidas por sus parientes allá en Sonora.

Los días de espera se fueron rápido y antes que llegara el lunes para conocer el resultado, el Gordo, Rafa, los hermanos Macana, Octavio y Alberto, decidieron pasarse la tarde del sábado en Plaza Universidad. 

Un hora se fue rápida y entre plática y plática Octavio abrió los brazos por un acto reflejo y sin querer asestó un manotazo a una señora acompañada de dos niños y el marido. Este, sin admitir la falta de intención ni disculpas ofrecidas, se abalanzó sobre el joven a golpes y patadas, lo que obligó a los otros cinco a defender al amigo, le quitaron de encima al hombre enfurecido y lo sometieron por la fuerza. Los gritos de la mujer y los niños atrajo a la gente que estaba cerca y enseguida a los guardias de seguridad que a su vez llamaron a la policía. En menos de quince mintuos, los seis jóvenes que platicaban alegres alrededor de una banca de Plaza Universidad eran trasladados en dos patrullas de la temible policía capitalina, por suerte tan temible como corrupta y seguro que ofreciéndoles dinero los dejarían libres en vez de darles un fin de semana en las celdas de la delegación. Los Macana acababan de cambiar el giro telegráfico recién llegado desde Sonora y tenían el rescate en el departamento de la colonia Naravarte, hasta allí fueron trasladados. Cinco quedaron en la patrulla y el mayor de los Macana entró al departamento para regresar pronto con billetes y monedas que los policías agarraron sin dejar de amenazar a los jóvenes enfurecidos por la impotencia de saberse a merced de hampopnes uniformados. 

Cuando éstos se marcharon, el coraje de los muchachos se diluyó poco a poco en la plática, al rato volvieron las bromas y risas que se interrumpieron de repente cuando apareció el Gil con seis sobres con el sello de la UNAM y de contenido obvio. No era necesario esperar hasta el lunes, allí estaba la información ansiada, seis respuestas decisivas para los próximos años de sus respectivas vidas. Era el momento de hablar por teléfono a casa y darles la noticia.

Seis sobres. En su interior cinco llevaban la palabra "Admitido" y uno "Rechazado".

 

 
 

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