CD DE MÉXICO.- No hace mucho, Matías Jesús Almeyda, el entrenador argentino que acaba de lograr el duodécimo título de las Chivas del Guadalajara, transitaba por veredas complicadas, acorralado entre ataques de pánico, crisis depresivas y el alcoholismo:
–Siempre fumé entre siete y 10 cigarros por día –recuerda, y expone los momentos críticos que trazaron su vida en el futbol profesional y decidieron su retiro como deportista.
–¿Y te emborrachabas seguido? –interroga su biógrafo, Diego Borinsky.
–Y… en una época sí. Fue cuando entré en una autodestrucción. En un momento era asado, vino, asado, vino, vino, vino… tenía un ritmo de chupi que no era normal. Lo que pasa es que después quemaba todo en los entrenamientos, estuve al límite.
“Alguna vez llegué a tomar cinco litros de vino”, acepta el entrenador en su biografía autorizada, Almeyda. Alma y vida, de editorial Sudamericana, escrita en 2012 por el periodista argentino Diego Borinsky, secretario de redacción de la revista El Gráfico. “Me deprimí al dejar el futbol y también tuve serios problemas con el alcohol: dos veces me descompuse, hubo que llamar a la ambulancia. Pensé que me moría”.
El hombre de esta historia reconoce haber sufrido “una especie de coma alcohólico” y que su gusto por la bebida inició antes de que la depresión causara estragos, todavía en su etapa de futbolista. Luego empezó terapias, tomó antidepresivos y ansiolíticos.
Ni él mismo sabe cómo empezó todo esto. “Habría que preguntarle a un especialista”, revira. “Mis amigos no entendían por qué estaba mal si lo tenía todo, pero no pasaba por tener o no tener, sino por creerse alguien, porque dejas de jugar y dejas de soñar”.
Ahora, el entrenador continúa arropado por su familia, la medicación, la psicóloga y las terapias caseras, detalla su biógrafo y amigo. En 2011, tras su retiro definitivo –en realidad, este mediocampista que jugó con la selección de su país los mundiales de Francia 98 y Corea-Japón 2012 se despidió en dos ocasiones del futbol: en 2005 y 2011– quiso ser productor lechero en el rancho que tiene en Azul, su pueblo natal (provincia de Buenos Aires), que está a 300 kilómetros de la capital.
El gusto le duró apenas dos meses. Se deprimió. Y regresó al futbol, dispuesto a defender la categoría en la primera división de River Plate, en 2011. Sin experimentar siquiera la transición de jugador a técnico, Matías se hizo cargo del equipo un día después de retirarse y tras el descenso del club.
Almeyda consiguió el regreso al máximo circuito del River Plate en su primera temporada en la Primera Nacional B (segunda división) argentina en 2012.
Consiguió el regreso de River a la principal categoría. Y en 2014 ganó el título con el Club Atlético Banfield en el Nacional B.
El mayor logro
Tras su retiro del futbol activo, Almeyda pasó por momentos complicados, algunos de ellos por sus crisis depresivas. Borinsky recuerda que Matías se marchó a su pueblo, Azul, que está a la vera de un lago. Un día no podía conciliar el sueño y se fue a remar a las 2 de la madrugada. “Necesitaba oxigenar mi cabeza. No veía el momento de que este calvario se terminara de una vez”, contó.
“Estuvo cuatro años sin hacer nada, dedicado al campo y jugando en ocasiones en campeonatos menores”, rememora su biógrafo, pero envuelto en sus líos depresivos.
Para su semblanza Almeyda recordó: “Dentro de la depresión buscaba el alcohol como un escape, entonces no era yo. Me di cuenta porque empecé a tener problemas con Lu (Luciana, su esposa), decía muchas pavadas (tonterías). Estábamos en un asado, ella traía la comida, y siempre mi vaso de vino estaba lleno, entonces me sacaba la copa y eso me ponía loco. ‘Me están tratando de borracho’, pensaba, me daba cuenta. Lu llegó a filmarme para después mostrármelo. Yo me moría de vergüenza. ¿Viste que el borracho tiene varias etapas?”.
Matías cuenta en el libro que dejó de beber porque “me pegué dos sustos grandes. Uno fue en un cumpleaños en casa: estaba tomando antidepresivos e hice lo que no podía hacer: combinarlo con alcohol. Al otro día casi exploto, tuvo que venir una ambulancia a buscarme”.
La otra, recuerda, fue peor: “Sufrí una especie de coma alcohólico. Estaba jugando en el Inter y fui a mi ciudad de vacaciones. Mi padre me invitó al equipo que dirigía, Cemento Armado. Todos los veteranos querían comer conmigo, charlar y jugar las cartas, y para hacerme sentir bien esta gente me llenaba el vaso permanentemente. Y yo me lo tomaba, pum, y me lo volvían a llenar, pum, y charlaba, pum, y jugaba a las cartas, pum. Ya no escuchaba, te pones mal si no te sirven vino o si te quieren sacar el vaso. No sé a qué hora habremos terminado…
“Voy a ir a correr para transpirar y largar todo esto… Volví, me senté en una cuatrimoto y mientras mi viejo preparaba el lechón y el cordero empecé a mirar para arriba y a ver que el sol pasaba de un lado al otro como un cometa. Fui al baño y le dije a Lu: ‘Llama a un doctor porque me muero’. Sentía que se terminaba el mundo, empecé a vomitar, a transpirar, me bajó la presión, un desastre… Llamaron a un doctor amigo que estaba en un congreso a 50 kilómetros más o menos, porque si no se iban a enterar todos, un gran escándalo, porque estaba jugando en el Inter. Abrí los ojos y vi a mi abuela, a mi mamá, a mi papá, a Lu, a mis hermanas y sobrinos, todos alrededor de la cama. Y pensé: ¿Qué pasa acá?, ¿Me están velando?.”
Almeyda está medicado: “Tomo un cuarto de antidepresivo y un cuarto de ansiolítico por la mañana y una entera de ansiolítico por la noche para poder dormir todos los días. Yo las llamo las pastillas de la bondad, me hacen ser más bueno cada día”
Reportaje completo en:
http://www.proceso.com.mx/490490/matias-almeyda-campeon -dirige-antidepresivos-ansioliticos