Un matrimonio desesperado
Jorge Zepeda Patterson
Sábado 09 de Septiembre de 2017

No habrá luna de miel ni noche de bodas. Nadie mostrará las sábanas manchadas de sangre al día siguiente presumiendo de la virginidad recién sacrificada.

En el matrimonio que acaban de contraer públicamente el PAN, el PRD y el Movimiento Ciudadano para acudir con candidatos únicos a las elecciones de 2018 hay muy poco amor, escaso respeto y ninguna inocencia. Eso sí, es una unión en la que confluyen muchas ambiciones y no menos intereses, aunque bien a bien nadie, salvo las dirigencias de los partidos firmantes, tiene claro quién saldrá beneficiado.

Desde luego que no serán los militantes de estas organizaciones quienes resulten favorecidos. Los simpatizantes de uno y otro partido tendrán que hacer acrobacias para imaginar un programa de campaña que recoja los ideales de derecha del PAN (preponderancia de la iniciativa privada, disminución del peso del Estado, énfasis en la organización social basada en la familia tradicional, educación privada, cercanía con la Iglesia) con las reivindicaciones del PRD, un partido surgido de diversas corrientes históricas de izquierda de las últimas décadas, con agendas en muchos sentidos diametralmente opuestas a las de su ahora consorte (preponderancia del Estado como agente de regulación y de redistribución social, laicismo en la vida pública y en la educación pública y privada, defensa de los nuevos derechos en materia sexual y familiar).

Este nuevo frente electoral sufrirá para encontrar un candidato común, pero eso será un problema menor comparado con el desafío de diseñar un programa de Gobierno con un mínimo de seriedad. En última instancia, se supone que un ciudadano no vota por una cara, sino por el tipo de Gobierno que desea.

Y si los militantes están descontentos con esta fusión imposible, el Gobierno de Peña Nieto está confundido. El mejor recurso del PRI para retener el poder en las elecciones de 2018 consiste en fragmentar el voto. No hay manera de producir un candidato propio capaz de competir con el temido y satanizado Andrés Manuel López Obrador, líder en todas las encuestas. La única opción del partido en el poder consiste entonces en apostar a sus clientelas rurales y a su voto corporativo para alcanzar un empeñoso 30% y confiar en que la profusión de candidatos termine diseminando el 70% antipriista en una multitud de opciones. Con una lógica similar, este partido pudo conservar la gubernatura en el Estado de México con apenas el 31% de la votación, gracias a sus aliados y a que el candidato de López Obrador (Delfina Gómez) perdió votos a manos de los abanderados del PRD y del PAN.

Si la elección del Estado de México fue un laboratorio de lo que sucedería en la elección presidencial un año más tarde, el frente anunciado por el PAN y el PRD le acaba de dar al traste a dicho laboratorio. Peor aún, la alianza podría mandar al PRI incluso a un humillante tercer lugar, como sucedió en 2000 y 2006.

na y otra vez, Andrés Manuel López Obrador ha acusado de traición al PRD por renunciar a sus banderas de izquierda al fundirse en una alianza de conveniencia y contra natura. Es una acusación que se nutre de la indignación. Pero, pensándolo bien, es un hecho que lo favorece. Y mucho.

Difícilmente el PRD logrará imponer su candidato al PAN, un partido infinitamente más poderoso. La dirigencia perredista se conformará con vender cara su entrega y obtener una porción generosa de candidatos para las Cámaras. Esto significa que López Obrador no tendrá que competir en la boleta electoral con un candidato supuestamente de izquierda, alguien que pudiera dividir el voto, como sí sucedió en el Edomex. En aquella entidad, Juan Zepeda, el candidato del PRD, obtuvo el 18% y este desprendimiento provocó que la otra candidata de izquierda, Delfina Gómez, de Morena, no se convirtiera en gobernadora.

Margarita Zavala o Ricardo Anaya, los panistas con más posibilidades de quedarse con la candidatura del nuevo frente, difícilmente podrían aspirar a convocar una porción significativa de los votantes progresistas del mercado electoral. Algo que dejaría al candidato de Morena como única alternativa de izquierda.

En suma, un matrimonio polémico que deja malquerencias a diestra y siniestra: a los militantes de los partidos involucrados, al PRI y al Gobierno, que pierden una posibilidad para fragmentar el voto. El más beneficiado es López Obrador, aunque él prefiera no aceptarlo.

@jorgezepedap


 
 

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