19 de septiembre 2017
Jorge García E.
Martes 26 de Septiembre de 2017

¿De qué estamos hechos los mexicanos? Y me dirijo a ellos porque no conozco a personas extranjeras en estado de crisis. Denomino  heroico al acto en donde una persona es capaz de compartir su vida con otra en estado de desgracia para aliviar un poco su dolor.

El sismo del pasado 19 de septiembre nos hizo brincar a todos y voltear al otro lado, donde la muerte y la catástrofe se había apoderado de múltiples vidas humanas. Más de 10 millones de personas fuimos sacudidas por un temblor y un miedo aún latente. Las reacciones han sido múltiples desde aquellos que han visto la oportunidad para tener ganancias económicas con el dolor y quienes han entregado una gran parte de sí mismos para reconfortarnos sin importar la situación.

Esta vez no me referiré a las televisoras, medios y los ladrones “vulgares”, que se aprovechan del dolor para extraer alguna ganancia de todas formas miserable. Me refiero a la gente de a pie: Manuel, Juanito, Mercedes, Silvia. Esa gente que es capaz de cargarse a los heridos muy graves y llevarlos a la ambulancia. “El edificio aullaba y se quejaba  y estos enfermeros sin la promesa de un paga extra, regresaban por un invalido sin dos piernas sin importar nada más que ayudar” Dar una parte tuya para el bienestar de otros.

Los viejitos de la escalera repartiendo agua y algo de comida para los dolidos; los jóvenes que se plantaban en un cruce de calle y aliviaban el tránsito. Aquellos que abrieron las puertas de sus autos y acercaban a otros dolientes a su domicilio. Aquellos que llevan sopa caliente y agua de frutas a los rescatistas. Quienes colaboran para hacernos sentir arropados por ángeles  con olor y sudor humano.

Se presentan y el miedo por esa sensación del dolor cambia el color. Caminar por las distintas calles del sur de la ciudad entre escombros que no salen en los medios pero que duelen igual. Se juntan con cubetas y llevan las piedras de un lugar a otro. A los dolidos se les aligera la carga del momento. “Hasta se nos olvida pensar en el mañana otra vez sin luz, sin agua y ese olor a gas que no se aleja. O los muebles polvorientos que se quedaron como escombros bajo una lámpara y un lector que no sabemos si se salvó de la sacudida”

Dan ganas de abrazarlos y preguntarles de dónde sacan tanta humanidad, para correr a completarnos.  


 
 

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