Andrés Manuel López Obrador, líder de la oposición en México, acaba de demostrar por qué es el personaje público más amado y más odiado en el país. Su reciente propuesta sobre una posible amnistía a los miembros de los carteles del crimen organizado encendió la pradera, y con razón. Los capos del narco suelen ser el elefante rosa sobre el que los políticos prefieren no hablar. Mantienen al Ejército combatiendo a los criminales a pesar de que hace años que la estrategia demostró ser un fracaso: la inseguridad pública aumenta cada día y las regiones perdidas por el Estado a manos del crimen siguen ensanchándose.
Pero los políticos actúan como si la guerra estuviese dando resultado, como si no la hubiésemos perdido hace tiempo. Peor aún, la ley de Seguridad Pública Interior en proceso de ser aprobada legaliza lo que en principio es una aberración: legitimar la guerra que los militares libran contra un ejército que en realidad es la población civil.
López Obrador no detalló su propuesta de amnistía; lo estoy analizando, dijo, lo que puedo decir es “que no va a quedar ningún tema por ser abordado si se trata de garantizar la paz y la tranquilidad”. Y aunque claramente afirmó que tal medida, la amnistía, formaría parte de la transformación radical y urgente que requiere el sistema de justicia, sus adversarios lo han cosido a dentelladas a fuerza de sacarlo de contexto. José Antonio Meade, el candidato oficial, que acababa de declarar que México no iba a avanzar con viejas recetas económicas como las de López Obrador, criticó a su rival y apoyó implícitamente las viejas recetas de sus jefes (Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto) sobre combate al crimen organizado. Ricardo Anaya, el precandidato de la otra oposición, la de derecha, ha dicho no al continuismo, pero declaró que la propuesta de López Obrador es demencial. Por su parte, los ministros de Defensa y de Marina, que en principio no podrían participar en los debates preelectorales, lo han descalificado con la enjundia que no han mostrado en su combate a los carteles.
No sé si la solución que ofrece López Obrador es viable o bajo qué condiciones podría serlo. Lo que sí es importante es que haya pensado “fuera de la caja” con respecto al cáncer galopante que nos aqueja. Justamente la metástasis que sufrimos obedece al hecho de que los políticos decidieron ignorar el tema.
Una amnistía es en última instancia una propuesta orgánica y estructurada de aquello que muchos gobernadores priistas hicieron a lo largo de los años de manera soterrada (y se hicieron multimillonarios en el proceso): pactar con un cartel para limitar los daños colaterales y evitar la guerra abierta entre bandas. Y si me apuran, algo no muy diferente de lo que hace el Gobierno estadounidense desde hace mucho tiempo: tolerar el trasiego de drogas desde la frontera hasta sus ciudades y las cadenas de distribución al menudeo para responder a la demanda insaciable de parte de sus ciudadanos.
López Obrador no puede evitar que el consumo en estos mercados (en Estados Unidos y en México) hagan rentable la producción y circulación de drogas, ni que los campesinos y los laboratorios clandestinos las produzcan. Y tampoco lo ha logrado el Ejército, eso está claro. Lo que intenta es buscar fórmulas que permitan mitigar el terrible impacto que ese fenómeno se cobra en materia de vidas, podredumbre y miseria.
¿Demencial proponer una amnistía a los capos a cambio de que nos ayuden a pacificar y acotar a los carteles? No sé. Lo que si es demencial es seguir descabezando organizaciones criminales para fragmentarlas en bandas incontenibles cada vez más salvajes y brutales. Por lo pronto la propuesta de López Obrador ya consiguió algo: poner el tema en la agenda de campaña y sacarlo debajo del mantel en donde lo había metido el resto de la clase política. Aunque hacerlo le haya costado el primero de los muchos linchamientos que habrá de sufrir de aquí a las elecciones.
@jorgezepedap