Antaño, los habitantes de los pueblos y las rancherías de la sierra cuando viajaban a Ciudad Obregon decían: Vamos “pa bajo”.
Pero hoy, Ellos volvían, no los viejos pobladores, sino centenas de forasteros, unos cargados de sueños, otros fortalecidos sus esperanzas, a empezar después, un día más de brega.
La hermosa canción de Joan Manuel Serrat, no tiene un ápice de desperdicio.
Entonces ellos podrían venir, volver, unos, lo más probable, empapados en alcohol. Pero no vienen como lo hacían la gente de antaño, a lomo de mula vieja o de caballo cansadón. No, tampoco es que sea cuestión de presunción, ni que la ambición sea factor que predomine en torno de todos, sino que la cuestión es dejarse ver al igual que en las fiestas de antes en las que se asistía con las mejores garras, hoy por hoy se hace necesariamente con el mejor “coche”, o la más vistosa “Troca”.
Ahí estuvieron disfrutando al son de la tambora, del bajo sexto, del acordeón, lástima que ya no exista el arpa vieja.
Independientemente de todo es una tradición que va para hacerse vieja, al menos ya ha cumplido con la gracia de cumplir la mayoría de edad.
Ahí llegaron subiendo la cuesta, lo más probable es que no estaban todos porque las miradas se perdían buscando por el camino de llegada para dar cuenta de que tal vez hubiera más quienes hacían acto de presencia.
Al igual que a las carreras de caballos, o al menos la del Saino de Agua Prieta y el Moro de Cumpas, ahí, llego gente de donde quiera, vinieron o fueron tal vez a no ver, o a ver, otro tipo de carreras.
Ahí está la gente venida de los cuatro puntos cardinales y de los puntos intermedios a desear parabienes.
Sea pues por el bien de la amistad, de la concordia, de la fraternidad y lo mejor que se desea en este caso son muchos días de estos.
Pero el sol dice que llegó el final.
Por uno o dos días se olvido que cada uno es cada cual.
Mejor fue el principio, el inicio, cuando empezó la fiesta, cuando al ruedo de una fogata de leña de mezquite, o de mauto, los nobles y los villanos brindaban y se daban la mano.
Lo cierto que aquí donde nos tocó vivir, según de dice por la gracia de los legisladores no existen nobles ni villanos, al menos que se les quiera ver en sentido figurado.
Vamos pues bajando la cuesta, que ahí se acabó la fiesta.
El tiempo pasa como un suspiro, a partir de hoy solo faltaran trescientos sesenta y cinco días para volver.
Sea pues por el bien de la amistad, de la concordia, de la fraternidad y lo mejor que se desea son muchos días de estos.
Pero el sol dice que llegó el final y con la cruda a cuestas, vuelve el pobre a su pobreza y cada cual a sus cosas.
Vamos, bajando la cuesta, en Abelandia se acabó la fiesta.