Alrededor del Mercado Municipal y en el interior, con su nave central ocupada por abarrotes, venta de hierbas medicinales, queso y carne de campo, café recién tostado, los olores de este viejo inmueble eran inconfundibles.
Olores gratos que regresan a la memoria con un andar por la calle No Reelección y detenerse frente a la tienda La Libertad, donde chocolates importados seducen al transeúnte.
Empieza la década de los setentas y nadie se atreve a decir que el Mercado parece viejo, que necesita una remodelada, por el contrario así parecía definitivo, incluyendo a las esquinas donde estaban la Casa Pedraaza, los velices de Terán, la taquería y los automóviles en rifa.
Pero se acercaba la década de los ochenta y como ya nos creíamos muy modernos había que darle una remodelación al Mercado, así que recubrieron sus paredes y lo rediseñaron con arcos en los pasillos exteriores. No era la gran cosa, pero sí era un golpe definitivo al pasado citadino que sobrevivió hasta la década de los setentas.