Por fin había llegado el gran día.
Atrás quedaban años de lucha sin igual; aquel ir y venir a Hermosillo, a México, aquellos cientos de cartas remitidas al Agrario o a las diferentes dependencias gubernamentales, muchas veces jamás contestadas, habían quedado muy atrás.
La lucha tenaz emprendida por aquel duranguense don Pascual Ayón, a favor de sus hermanos campesinos del Valle del Yaqui, daba por fin sus frutos aquel 31 de octubre de 1937.
Era, pues, día de fiesta, nadie recordaba (ni quería hacerlo) casi 17 años de promesas, de sufrimientos sin fin de todos aquellos huarachudos que ansiaban tener un patrimonio, un pedazo de tierra, de aquella tierra que con sus manos, sudor y sangre habían desmontado y que detentaban con gran despotismo muchos extranjeros y algunos pudientes, que ponían oídos sordos a la miseria de aquellos peones.
Para que acordarse ese día de fiesta de las trabas puestas por la Compañía Richardson durante tantos años en que en mala hora había obtenido la concesión de la Sonora Sinaloa Land Contruction, Co., a la quiebra de ésta, y por consiguiente la quiebra también de quien la presidiera: Carlos Connant Maldonado.
El viento del tiempo se había llevado aquellas palabras de Plutarco Elías Calles pronunciadas en noviembre de 1927; “El único generador de progreso en el capital privado, el ejido no sirve”.
Más adelante, en junio de 1930, en declaraciones al periódico “El Universal”, de la Ciudad de México, Calles volvía a repetir: “El ejido ha sido siempre un fracaso, no debe ampliarse”. En aquel día de fiesta, todo estaba olvidado, incluso aquella nota del periódico de Cajeme, “Heraldo del Yaqui” del mes de junio de 1937 en donde se mencionaba a los señores José María Parada, Ziba O. Stocker, Ignacio Pesqueira y a los ingenieros F. Antonio Astiazarán, Crisógono Elizondo y Luis Antonio Romo como los principales opositores al reparto agrario.
Tres meses antes de aquel octubre de 1937, don Pascual Ayón había recibido la promesa del jefe del Departamento Agrario, Gabino Vázquez, que muy pronto se daría posesión de tierras ejidales en el valle a los campesinos que carecían de ella, pese a los gritos en contra de Román Yucupicio, Gobernador del Estado en esos ayeres, quien incluso ofrecía de 10 a 15 hectáreas de terrenos a quienes no aceptaran la tierra ejidal que sería entregada para trabajarse colectivamente, porque esto iba a ser una desgracia para el Valle del Yaqui.
Sin embargo, aquellos jornaleros huarachudos, como les llamaban despectivamente, quienes por años habían gozado de bonanza en las tierras abiertas al cultivo por aquellos peones que recibían como pago un salario las más de las veces miserable, mismo que volvía a las manos del patrón por medio de las “comisarias” (tiendas de raya) en donde el trabajador estaba vendido y sujeto a consumir en los campos de trabajo lo que ahí se vendía y al precio que el o los encargados pusieran, tiendas atendidas por familiares del patrón o algún servil compadre o amigo del mismo.
Habían quedado en el olvido las versiones de que quien recibiera tierras ejidales en ese reparto, pasaría a ser un “guacho” (soldado de gobierno); aquellas versiones descabelladas, orillaron incluso a mi abuelo paterno: don José Arenas, a pedirle a sus hijos, mi padre entre ellos, quien en ese tiempo trabajaba en el campo 4 con Jimmy Ryan (“el Rain”), que por ningún motivo se apuntaran en algún grupo solicitante para ese reparto agrario. Pedido y poca visión del abuelo que así nos privó de poseer un pedazo de tierra en el valle en que mi padre y sus hermanos habían dejado pintada la huella de sus huaraches entre los surcos que tantas veces habían regado y cultivado con amor y con esmero como saben hacerlo quienes quieren la tierra generosa y todo paridora que les da sustento.
Ese 31 de octubre ya todo aquello era historia. Ahí estaba ya el agrarista, el señor Presidente Lázaro Cárdenas, acompañado por el gobernador Yucupicio, a quien los ejidatarios se comían a “chifletas” porque no olvidaban, eso sí, que éste había sido el más furibundo enemigo del ejido.
Ya estaban listas las tatemas de barbacoa de res con todos sus “olores”, para festejar dignamente aquel suceso; música de banda, mariachis, y el corrido aquel que fuera el himno del agrarista. “Viva Cárdenas muchachos, viva la revolución, que vivan los agraristas…”aquel día de octubre se dio posesión ahí en Pueblo Yaqui, a trece agrupaciones de campesinos del Valle, que a partir de esa fecha dejaron de ser peones y se convirtieron en sus propios patrones, quienes empezaron a conocer otra forma de vida. Incluso fue tal el cambio que trajo consigo este reparto, que algunos agricultores que alguna vez vieron a los ejidatarios como enemigos, cooperaron con ellos con maquinaria, útiles de trabajo y hasta con préstamos en dinero, claro estos agricultores fueron pocos, pero es de justicia publicarlo.
Día inolvidable aquel 31 de octubre de 1937 para “Nacho viejo” Habas y sus hijos, para Juan “el chachalaca” Ahumada, para Jesús Valdez, Timoteo Rivas, los Velásquez: Homobono y Jesús, los Zayas, los Tolano, los Encinas y tantos otros campesinos del valle que habían luchado junto a Pascual Ayón, para demostrar que también ellos, los peones, podían ser patrones y desde luego mejorar su nivel de vida.
Había que hacer hincapié que muchos de aquellos ejidatarios provenían de Cócorit, en donde desde la adolescencia habían sido peones al igual que sus mayores, de aquellos mismos que ahora detentaban las tierras del valle y que eran los mismos que alguna vez aglutinados alrededor de un político que al término de su mandato presidencial se viniera a vivir a la congregación que en ese tiempo era Cajeme y por artes de quién sabe qué formas, cambian a Cajeme los poderes municipales que por tanto tiempo ostentara dignamente un pueblo con historia y cultura como había sido Cócorit, cuna y hogar de grandes personas de ese lugar.
Aquel reparto del ’37, cambió a mucha gente, pero principalmente a aquellos peones, que de un día para otro empezaron a recibir cantidades de dinero que nunca habían soñado. Y lógico fue que algunos, inocentemente lo derrocharan. Testigos de aquello hubo muchos.
De aquel Cananea en que se convierte el Valle del Yaqui podrían dar fe desde los barilleros de aquel entonces, hasta los comerciantes del centro de Cajeme, como la Tienda Luders, La Casa Colorada, Las Novedades y otras más, pero principalmente las cantinas, la del “cochón”, “El Gato Negro”, “La Paloma”, “La Carioca”, “La Invasión” y tantas otras, así como los salones de la vieja zona de tolerancia de las calles Obregón, Madero y Zaperoa, en Plano Oriente: la Lalo, el Rojo, el Saturno, y las casas de citas de la Nena, de la María Luisa y de la Chuy “la Panda” en donde hacía su agosto el molacho Juárez con su banda, y de ahí partían Picho Longoria, Evodio Espinoza, el mocho Diego Castro y otros choferes de carros de sitio que llevaban a los campos a quienes por su ignorancia derrochaban aquello que buenamente y con esfuerzo grande habían ganado.
Aunado a esto, prolifera la plaga más dañina para el ejidatario: los líderes, verdaderos gananciosos de aquel bienintencionado reparto Cardenista, quienes propician la desaparición del ejido colectivo proponiendo el trabajo individual parcelario.
Este movimiento culmina con enfrentamientos entre los mismos ejidatarios, quienes al fin de cuentas son los más afectados: incluso llega la muerte de tres de ellos en el campo 77 (ejido Primero de Mayo) en febrero de 1948. Andrés Tolano, Francisco Estrella y Ezequiel Zazueta cayeron en una lucha por demás estéril, que no le trajo ningún beneficio al ejido, que ya venía venir su fracaso con tanta corruptela entre líderes, autoridades ejidales, Banco Ejidal, etc.
Hizo mucha falta la orientación de gente bien intencionada para que este reparto del 37 floreciera como fue la intención de Cárdenas. Podría citarse aquí, un folleto escrito en 1964 por el Ing. Octavio Ortega Leyte en donde expone en sus consideraciones finales cómo y de qué forma podría ser próspero el ejido, lo mismo que la agricultura privada, a la sazón con un acaparamiento de tierras por unas cuantos, que más delante en 1976 se vieran afectados por un decreto expropiatorio muy criticado del presidente Luis Echeverría, y que en lugar de ayudar al campo lo perjudica. Quienes recibieron las dotaciones de tierra (5 hectáreas) la mayoría no eran campesinos ni tampoco pretendieron trabajar de manera colectiva.
Por fortuna, de aquel reparto del 37 y de más reciente, el del 76, existen garbanzos de a libra que sí trabajan la tierra con ahínco y fervor, aunque con los cambios al artículo 27 propiciado por el gobierno de Carlos Salinas se han vendido infinidad de parcelas ejidales, a parte de las que se rentan y en las cuales desgraciadamente vuelve aquel luchador ejidatario a ser peón, pero ahora en su propia parcela.
En fin, paradojas del destino, como la de Don Pascual Ayón quien fallece en 1943 sin poseer un pedazo de aquella tierra por la que tanto había luchado.