Monterrey.- El olor a pólvora a sus 16 años le era tan familiar como las órdenes que obedecía del cártel del Golfo para matar en uno u otro lado de la frontera entre México y Estados Unidos.
Rosalío Reta Jr., descrito como violento y sin compasión por policías de esta ciudad, es la prueba inocultable de que las bandas del narcotráfico de México están reclutando a niños como sicarios.
Igual como hicieron en Colombia los cárteles de Medellín y de Cali, Rosalío, según su propia confesión, fue preparado por narcotraficantes con un solo objetivo: matar.
A él presuntamente lo preparó Miguel Treviño Morales, El 40, el hombre al que la Procuraduría General de la República (PGR), la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA) señalan como uno de los más violentos jefes del cártel del Golfo.
Preso en Estados Unidos, este menor de origen estadounidense comenzó su carrera criminal a los 11 años y a los 13 ya era miembro de Los Zetas, grupo de sicarios del cártel del Golfo.
Así, durante casi tres años operó de manera sigilosa hasta la noche en que lo detuvo la policía del poblado de Santiago al intentar escapar de sus enemigos y cómplices que buscaban “darle piso”, es decir matarlo. Desde su confinamiento en el Consejo Estatal para Menores pactó con la DEA. Su vida por información.
El historial de violencia que dejó tras de sí en esta ciudad, antes de ser entregado a las autoridades de Estados Unidos —donde era buscado por una serie de asesinatos—, refiere su presunta participación, en 2006, en el atentado con granadas y armas de alto poder al bar El Punto, donde murieron cuatro personas y 25 resultaron heridas, cuando buscaban asesinar a Daniel Zamora Dimas, alias Dany Boy, que luego sería masacrado, así como en la muerte de otros dos jóvenes en Cadereyta.
Ya con una pena de 40 años de cárcel por homicidio en el vecino país, el Instituto Nacional de Migración lo deportó a Estados Unidos antes de que pudiera ser libre. Se le llevó a la frontera en un vuelo comercial de Aerolitoral. Nunca se supo quién pagó los 5 mil pesos de la fianza que se le fijó por el cargo de portación de una pistola 9 milímetros cuando lo capturó la policía, pero en el aeropuerto local había hasta agentes del FBI para vigilar su traslado.
Como Rosalío Reta, varios jóvenes, principalmente entre 15 y 18 años, son —en opinión del investigador del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe) Martín Barrón— objetivo frecuente de reclutamiento del narco.
“De hecho estamos en la alborada de una nueva generación de narcotraficantes que serán más jóvenes y quizá más violentos por los niveles de desintegración social y familiar que se viven en México y a nivel global”, explica el especialista.
Sobre el fenómeno de incorporación de niños y jóvenes al crimen organizado, la sicóloga Laura Zapata Davis considera que se debe a la vulnerabilidad social que viven estos menores y a condiciones de pobreza. La mayoría de estos jóvenes viven en familias disfuncionales y son atraídos por el dinero fácil que adquieren delinquiendo en grupos que ofrecen impunidad y protección, asegura.
Su escape y captura
Al joven sicario le seguían la pista desde tiempo atrás en Estados Unidos por varios homicidios. Lo sabía y por eso decidió trasladarse a México, primero a Nuevo Laredo y luego fue comisionado al grupo de Los Zetas en Monterrey. Ahí se integró a un grupo de jóvenes sicarios.
Su mala suerte comenzó hace un par de años, cuando fue captado por cámaras de seguridad en esta ciudad, donde tenía prohibido dejarse ver. Ese hecho molestó a sus cómplices, quienes no le perdonaron su error.
Fue llevado a una finca de seguridad en la comunidad de Villa de Santiago. Ahí fue atado, golpeado y sentenciado a morir. Pero aprovechó un descuido y escapó de sus captores. Con huellas de tortura y desgarrado de su vestimenta, corría entre las calles al momento de ser observado por los policías que lo capturaron. Nadie ahí sabía de la peligrosidad de este joven, entonces de 16 años, y cuya familia reside en Texas, donde él nació el 27 de julio de 1989.
La noche en que fue capturado supo perfectamente que estaba perdido. Si lo ubicaban en la calle lo matarían Los Zetas; también perecería dentro de cualquier penal. Su única opción era su traslado a Estados Unidos como testigo colaborador de la DEA, con la que finalmente pactó.
Antes lo tuvo la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), que también lo interrogó antes de irse a Estados Unidos.
Su perfil
La vida de Rosalío Reta es vertiginosa. Desde los 12 años vivió con una mujer, apenas un año después de haberse sumado a una banda criminal que según su propia confesión operaba tanto en Estados Unidos como en México. “Sé manejar armas y explosivos, fui adiestrado para usarlos”, explicaría, durante un interrogatorio al que fue sometido.
Segundo de nueve hermanos, Rosalío estuvo antes en una correccional de Estados Unidos, y allí fue calificado de “máxima peligrosidad por autoridades estatales”.
Con un diagnóstico social disfuncional y abuso de drogas, este joven, cuya evaluación sicológica permitió definir que “no presenta sentimientos de culpa ni reparación de sus actos”, siempre reconoció su participación en los hechos delictivos que se le imputan, aun cuando niega que halla cometido materialmente cualquier crimen.
La violencia que irradia su personalidad salta a la vista. “Era un huerco bien loco y violento”, definió uno de los policías que estuvo cerca de él. Más que astuto, Rosalío es un joven manipulador, pero a la ahora de asumir su verdadero rostro no deja dudas: “Voy a regresar a matarlos”, les dijo a quienes interrogaron al joven de no más de 1.60 de estatura, sin cabello y con el cuerpo tatuado con figuras diabólicas y por lo menos dos calaveras.
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