A través de la ventana los niños veían la televisión del vecino emocionados con las aventuras de Rin Tin Tin y de los soldados de Combate. Hasta que un sangrón de la casa cerraba la ventan o apagaba el aparato para que los pequeños se fueran a otro lado.
Esta es una historia común para la generación que vio la llegada de la televisión a nuestras ciudades. Era a mediados de los años 60s cuando empezaron las transmisiones de prueba del Canal 2 Regional, pocos hogares contaban con un aparato receptor, apenas en la zona residencial o entre las familias más afortunadas del barrio, que incluso se daban el lujo de tener una "tele a colores", un filtro de vidrio policromado que se colocaba sobre la pantalla.
Los primeros aparatos eran marca Admiral, Philco, Majestic, RCA, Telefunken. Por supuestos que los más vistosos eran los que formaban un solo mueble con el tocadiscos o consola y radio. Un lujo de la clase media acomodada para presumir a las visitas. En el recuerdo permanecería la imagen idealizada de la familia feliz reunida en la sala "y en medio de nosotros, la tele como un dios".
Era de tal nivel la expectativa generada por la llegada de la tele que muchos la veían desde la primera hora de transmisiones, alrededor de las 5 de la tarde, cuando aparecían las barras del patrón de ajuste y un aburrido fondo musical. La espera valía la pena porque después venían los programas que pronto capturaron no sólo la atención, también los deseos más profundos, los sueños y aspiraciones de los televidentes. Programas de aventuras, caricaturas, los más vistos: telenovelas y series cómicas. Desde entonces apaecieron en la conversación cotidiana los chistes de Los Polivoces y las tristezas de Gutierritos. La Bruja Maldita, con Tamara Garima, y Batman. El Premio de los 64 Mil Pesos y las viejas películas mexicanas.
Las generaciones que crecieron en esa época, las que sin darse cuenta vivieron el impactante cambio cultural de la llegada de la televisión en sus casas, mantienen fresco el recuerdo de aquellas tardes y noches animadas con la magia del nuevo medio de comunicación. Basta mencionar el tema para que loy cincuentones o más saquen a relucir sus programas favoritos. Sólo había un canal y todos vieron lo mismo; la experiencia compartida mantiene la alegría vital de aquellos años.
La historia continuó con la llegada de la televisión a colores, más canales para ver y después el sistema de cable. La tecnología, la mercadotecnia y la ausencia de otras opciones culturales favorecieron la consolidación del Imperio de la Tele, el medio omnipotente de mayor influencia social y al que todos rindieron pleistesía. Un imperio que tuvo sus detractores agrupados en la denuncia de la "caja idiota", "el medio enajenante" y otros epítetos generados al calor de la lucha contra quienes manipulaban el medio de comunicación a su antojo y de acuerdo con sus intereses políticos y comerciales.
El Imperio de la Tele parecía eterno, inamovible y definitivo... hasta que llegaron el Internet y sus consecuencias más evidentes: Youtube, Facebook, redes sociales.
Aunque todavía persiste la onmipresencia de la tele, cada vez es menos influyente y la multiplicación desorbitada de la oferta audiovisual ha mermado con mucho el poder de canales y conductores.
Por eso los de la generación sesentera que vio llegar la tele a sus barrios y a sus casas, recuerdan aquella época como un suceso histórico de experiencias compartidas que hicieron la vida más feliz.