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El 25 de enero se cumplieron cuatro años del fallecimiento del Dr. Leodegario Quilantán Villarreal, tamaulipeco de pura cepa, y hombre de eterna sonrisa a flor de labios, quien siempre tenía alguna ocurrencia que contar.
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Leodegario lo recuerdo con cariño, hombre de finas atenciones para todo aquel que le solicitara un consejo. Pero también, mordaz y hábil estructurador de charras y carrillas para todo aquel que se cruzara en su plática. Siempre tuvo algo que aconsejar, no puedo negar que como parte de mi actividad profesional como secretario del comité editorial del CIANO, siempre colaboró amablemente, su vasta experiencia permitía enriquecer los borradores de los documentos.
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Por supuesto, llegado el momento, algunos pésimos borradores requerían urgentemente de una cirugía mayor, lo cual en ocasiones era imposible reanimarlos, pese al esfuerzo, me consta del enorme esfuerzo que les prodigaba. Quilantán era de la idea, de que un documento derivado de un experimento mal planeado, no podía aspirar a convertirse en una buena publicación.
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Ya se puede imaginar el amable lector, que algunos de estos documentos regresaban a manos de los autores, con una muy especial dedicatoria de buena voluntad de rehacer lo inefable, lo casi irrealizable, con un sello distintivo: un tipo de letra manuscrita a veces difícil de leer y ese tono sepia característico de la tinta que destilaba su Mont Blanc genuina.
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Para nadie es un secreto, que su muy peculiar estilo de hacer anotaciones a los borradores, era algo que irritaba enormemente a los escritores novatos, a los noveles aventurados técnicos que por vez primera exponían sus ideas técnicas en una publicación. No puedo negar, ni los archivos del CIANO tampoco, que las correcciones en los borradores eran a veces todo un tratado de fina ironía que adornaba los márgenes de las hojas, ¡y en ocasiones hasta en el reverso de la hoja! Pero, ¿quién se puede detener ante la ironía, cuando se trata de ubicar o poner en su lugar a quien pretendiendo ser serio es risible al mismo tiempo?
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Leodegario ya no está más con nosotros, físicamente, pero para los que le estimamos y compartimos con él tantas y tantas horas de comentarios amenos, sigue viviendo. Y así, cuando llega el momento de recordarlo, no deja uno de emocionarse con los dichos y las anécdotas, bizarros evangelios que emanaban de sus palabras, y que acababan por seducirnos.
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Recordado Leodegario, hoy que ya no estás con nosotros, te recordamos, alguien envía un sencillo correo electrónico mencionando tu aniversario luctuoso, alguien recuerda aquello de: “te creo, te creo!”, Otros más tratan de precisar fechas de cuando mencionaste aquello de: “Oye compadrito-en alusión a Carlos Torres—habló la PGR que desea ver el audiovisual del Carlitos Servín”. También, cuando se decía: “que el Departamento de Tránsito andaba buscando al Jefe de Campo para que le prestara algunos vehículos del CIANO, para colocarlos en las carreteras en la campaña de prevención de accidente en la época de Semana Santa”. Y por supuesto, tengo que mencionar aquellos casi aforismos de: “recomiéndame a tu taxidermista”; la del investigador “mimético “o cuando le recomendaste al despistado Chencho Elenes ¿quién le podría traducir un artículo ¡del polaco al español! Y lo mandaste con Samayoa, quien sin duda alguna se hubiera reído de buena gana con tu fina broma, si no es que el buen Chencho se topa conmigo en el trayecto hacia la oficina del “traductor de polaco”.
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Y así a cuatro años de tu partida, sigues aquí con nosotros, y nosotros con tu recuerdo, tus anécdotas, tu compañía. Se te extraña, y allá donde te encuentres coméntales de tus éxitos, de tus incursiones como incipiente moderador del debate en el cine club de la Biblioteca Pública en un ciclo de “El cine y la ciencia”, al cual te resistías como gato boca arriba, pero que finalmente aceptaste entrarle al debate, para ser vapuleado sanamente, en una crítica constructiva, por las aludidas señoras asistentes a las funciones.
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Finalmente, cuéntales como llegaste tarde a la era del correo electrónico, y sin embargo te esforzabas en enviar tus escritos a la revista del profe Goyo. Allá donde estés, háblales de la jojoba, la Salicornia, crambe y cuéntales como le pasaste un borrador al viejo Serafo para que únicamente lo revisara y él amablemente te lo regresó ¡impreso en una hoja desplegable! Si Leodegario, presúmeles de tu cargo como asesor de la FAO en ajonjolí, de tus innumerables viajes por Israel, Australia, Italia, Tucson, tu queridísimo Río Bravo, y el puerto de Veracruz.
Adolfo González Riande es Lic. en Periodismo (Univ. Veracruzana). Fue responsable de la Unidad de Difusión Técnica del Campo Experimental del Valle del Yaqui, CIANO – INIFAP, 1976 – 2001.
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