Por aquellos años, a los elementos del Departamento de Investigaciones de la ciudad se les motejaba como "Los Sordos".

Era común verlos transitar muy despacio en automóviles no oficiales y de modelo anticuado, por las colonias bravas como el Plano Oriente o por el centro de la ciudad en busca de rateros y raterillos.

En esos días, las drogas que habitaban los submundos de las grandes urbes habían llegado ya a nuestra ciudad como hoy la inmediatez del casi todo en una Aldea Global interconectada a la velocidad de la luz.

Sin embargo, los tiempos traen tiempos y llegó el día en que el movimiento Hippie, peace and love, desbordaría hacia México tal como si nuestros Guerreros Tigre estuvieran masacrando vietnamitas en el sudeste asíatico.

Los Jipitecas del mismo modo que sus contrapartes estadounidenses, se negaban a integrarse a nuestro subdesarrollado sistema capitalista, pregonando la liberación sexual, una renovada música pop y la psicodelia de un retorno a la naturaleza abanderado por el uso de la mariguana, el LSD, los hongos alucinógenos y el Peyote usado desde tiempos inmemoriales por Huicholes y Coras.

Así, los Jipitecas de esos días, maestros del humor negro, contaban que una patrulla de Sordos detuvo a un Vocho repleto de Jipitecas que a deshoras de la noche giraba a vuelta de rueda arrededor de la Laguna del Náinari.

Los agentes secretos, como es obvio, detuvieron al sospechoso VW.

Una vez parqueado el Vocho en la ribera de la laguna, uno de los agentes, es decir un Sordo, representante de la ley, introdujo la cabeza en la ventanilla de la abigarrada cabina de aquella cucaracha motorizada herencia del Nacional Socialismo alemán, al tiempo que daba una gran inhalación para llenar por completo los diez litros de sus pulmones.

Hasta aquí el Sordo no había dicho a los morros esta boca es mía. Luego, el tiempo se eternizó hasta el descanso de la exhalación, tras la que una voz ronca y apagada logró recobrar el resuello con un ahogado "Quedan todos detenidos…