Patricia, mejillas cerezas tras la ventana del cuarto año de aquella Primaria colegio en que los lunes la directora nos formaba en el centro del patio de recreo donde la niña de ojos aceitunados entonaba "Por el camino verde".
Yo la comía con los ojos, empecinado en descubrir el origen de aquella dulce voz que yo percibía más con el corazón que con los oídos embelesados, y mis ocho años no pestañeaban un pestañeo hasta la entrada en el salón de clases que los regresaban a la realidad.
Mil novecientos cincuenta y ocho pendía en el almanaque de la cocina de mi infancia estampada con la imagen de la Virgen de Guadalupe. Entonces Pérez Prado era llamado para cubanizar con sus mambos la esquina de Galeana y Puebla… donde la nevería… la de la familia Corral … la de la Juli y de la Calina y sobre todo de Patricia... Solo ella y no Anita Ekberg que por ella derrapaba Marcello Matroniani en el cine Cajeme, La Dolce Vita de Fellini, sino Patricia la niña de cuarto año de primaria, (yo estaba en sexto) la del amor platónico que regresaba cada noche sentada en el pupitre tras la ventana de aquel salón de clases de escuela primaria y Comercial Espinoza, antes de que el sueño aniquilara mi mundo hasta el primer sol que despierta en las mañanas.