La primaria de mis tiempos
Armando Terán Ross
Domingo 16 de Enero de 2022

En la primaria de mis tiempos los maestros, con sus excepciones lógicas, no  eran precisamente amigables.  Yo estuve siempre en escuelas particulares y no hablaré sobre las de gobierno de aquel entonces.

Mi madre me inscribió en un colegio que estuvo ahí por la Galeana a unas cuadras de la capilla; debo haber andado en los seis años y a diferencia de otros intentos, esta vez convine en quedarme en un salón de parvulito tomado de la mano de una maestra güerita casi adolescente que me recibió  como si fuera una madre adoptiva

Dentro del salón de kinder había una barahúnda de chamacos que aullaban  y saltaban como potros salvajes sobre los pupitres de madera pintados de esmalte gris.

Como yo era unos meses mayor que ellos, quedé sorprendido y paralizado.

La maestra volvió a tomarme de la mano y la guiaba contra el pizarrón para que yo pudiese trazar con su ayuda una serie de círculos de gis como las espiras de un  resorte blanco que se desenrolla de izquierda a derecha  a lo largo de aquel tablero en la pared, del que la memoria me traiciona y me dice que era de color verde y no negro como era usual entonces, pero no estoy muy seguro de que fuera así.

Como aprendí en unos días los ejercicios de caligrafía, la maestra convenció a la directora del colegio para que me pasaran de inmediato a primer año donde aprendí la lecto-escritura a pesar de que el año escolar llevaba ya tres meses de adelanto.

Como no estaba acostumbrado al horario escolar, mi primer día de asistencia al primer año llegue tarde.

Solo recuerdo que ya estaban todos los niños muy en silencio sentados en sus pupitres. Yo entré al salón  sin decir ni buenos días, buscando un lugar desocupado donde sentarme.De pronto me encuentro con la mirada de una jovencita que me estampa el tremendo golpe de una bofetada en la mejilla izquierda de mis seis años, fulminante gancho cruzado, sin subirme a un Ring boxeo, que casi me manda a la lona.

Una terrible sorpresa para una niñez que inicia la primera separación de la seguridad de la casa materna. Sin embargo logré alcanzar un pupitre y sentarme. El salón de clase era un solo silencio y los colores de la mañana un calidoscopio girando en mis ojos con restos de sueño. El bofetón, sin agua va, reventó en mi cabeza un azorado ¡¿por qué? Aún a los sesenta y cuatro años la pregunta sigue regresando cuando recuerdo ese absurdo momento en el inicio en mi niñez escolar 

Yo aún ignoraba la existencia de aquellas agresiones "didácticas" para corregir  niños en las escuelas primarias de la época; los reglazos en la punta de los dedos de la mano, el cambio de velocidad con el borrador del pizarrón de un maestro en la loma de los disparos que no se encontraba en un estadio de beisbol, sino dentro del alma mater de un salón de clases.

Lo anterior aquí narrado sucedió en 1953; y hasta el día de hoy ignoro la causa de aquella medida punitiva  extrema, tolerada por el sistema educativo de la época y la mayoría de nuestros progenitores  como una praxis "útil y ética" comúnmente utilizada en los primeros seis años de formación de nuestra  psique infantil en aquellos años.

 


 
 

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