El Loco
Andrés González Prieto
Jueves 10 de Marzo de 2022

La cámara de televisión describió el horror que hiela el corazón, aún en los más fuertes. Un hombre estaba ahí en el centro de la imagen, con sus brazos ensangrentados escurriendo vida, a la derecha una niña de 6 años colgaba de sus brazos sin vida, con el muñón de su mano derecha descubierto en busca de culpables.

Otra vez el ojo de la cámara, incisiva en busca de dolor, se clavó en aquella paternal mirada que huía de la realidad buscando a los dioses escondidos en la vergüenza: Mahoma, Alá, Cristo, Buda, Jehová, Júpiter, inclusive al diablo Lucifer, en vano; solo eran estatuas que a la primer plegaria se desmoronaban de sus pedestales de arena dorada.

No quería que le devolvieran la vida de su pequeña, pues lo sabía imposible, quería un por qué y nadie contestó. Lloraba de impotencia, ese llanto que no cae, esa cascada que escurre por dentro desgarrando la piel como ácido, anidándose donde nace el dolor. 

Hace apenas unas horas, recordaba, las sirenas anti aéreas comenzaron a aullar sus cantos de muerte, presagiando la masacre del día:  como pudo jaló a su esposa, mientras llevaba la niña  en sus brazos corriendo en busca de un refugio seguro, en todos les cerraron las puertas por sobrecupo: En una casa derrumbada por el bombardeo de la noche anterior  pudo acomodar a su mujer e hija, y corrió a través de la lluvia de muerte en busca de su anciano padre, a quién no encontró, como pudo, regresó eludiendo la metralla, en busca de los suyos.

A miles de metros sobre su cabeza una súper fortaleza afilaba su guadaña, una bomba racimo de 5 toneladas triunfante buscaría pies abajo, saciar su sed de sangre programada. En carrera de vida y muerte, el pobre hombre zigzagueaba tratando de agotar los 2 kilómetros que lo separaban de los suyos, el “Racimo” por su parte, desprendió sus garras y salió en busca de su presa plural.  Casi al llegar, exhausto, a un kilómetro ya de distancia, vio como el refugio de los suyos explotaba sin misericordia, le habían ganado la carrera.  Un nooo, se apagó tras la explosión, derrumbándolo entre el polvo: Después de minutos inconsciente, descubrió que estaba vivo, con la esperanza prendida en mil plegarias, corrió saltando obstáculos, solo para descubrir a su esposa muerta escudando con su cuerpo el de su hija, quién aún respiraba a pesar de haber perdido su mano derecha; la tomó en sus brazos y corrió, musitando palabras, oraciones    a los dioses o santos en turno. El inocente rostro de su hija se compungía de dolor y sus ojitos pedían  paz a su tormento, “Me duele, papa”, él besaba su carita llena de polvo  tratando de aliviar en algo sus dolores, alentándola a vivir, a mirar un nuevo día  que no existía en ningún calendario. Corriendo entre vida y muerte, llegó a un hospital atiborrado de gente, donde el dolor era un concierto dantesco. El primer doctor que fue a su encuentro, levantó la cara de su niña, tomó el pulso de su izquierda y movió la cabeza negativamente, señalando que no había nada que hacer en su caso; !no era posible! ¡Debía de haber una equivocación!, ¡no habían pasado unos minutos en que le había sonreído¡; a cada doctor que pasaba en su camino le ofrecía el cuerpo de su hija como mercancía, con la esperanza que moría en cada respuesta, entonces volteó y se encontró con una luz incandescente, una cámara que intentaba filmar su dolor,se fijó en el centro de su lente y quiso llegar a la retina del monstruo de los millones de cabezas que desayunaban, comían y cenaban dolor ajeno. Quería mirar el rostro de aquellos que a distancia se repartían ya el botín de guerra que incluía la muerte de su pequeña niña; sí, esos de frac y de sombrero de copa que brindan con champaña el alza de la bolsa ante el derrame de millones de toneladas de bombas y de muerte. Mirar de frente a los valientes de los congresos que aprueban guerras, donde los civiles son la carne de cañón.  Aquellos que   hacen del protestar una forma de vida y no resuelven nada, estadísticas solamente de hechos en noticias. Quería llegar a esos que escriben poemas, escritos y canciones, que nunca con sus inspiraciones han parado una guerra. Solidaridad en todo menos en la muerte. Alguien que le dijera al mundo su tristeza, el dolor que no describe una palabra, una imagen: Alguien a quién contarle cómo era la sonrisa de su hija antes de morir en una guerra que no era suya. Contarles cómo se fue su niña al cielo disfrazada de paloma ensangrentada, mojada con su llanto.

Y salió sin lágrimas, con el alma reseca, sin importancia alguna por la vida,   deseando tan solo que una bala perdida de cualquier bando le pegara en la frente y se llevara sus tristezas. 

Cuentan los lamentos del apocalipsis que aún cabalgan en los aires del Eufrates, que en la ribera del Tigris a meses de la guerra, un hombre deambula con mirada perdida, con el mote de loco en su frente, con una muñeca de brazo roto, ensangrentada, y una caja de música que invita al paraíso.

¡En honor y a la memoria de tantos inocentes de cualquier guerra!!!


 
 

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