La frase que encabeza esta columna no es mía. Me la clavé, digo, la tomé en préstamo de un boletín noticioso del Instituto Sonorense de Cultura que reseña las actividades que tuvieron lugar estos días en Guaymas y Empalme. Supongo que todo el mundo admitirá que en la naturaleza de la cultura está la propiedad de combatir los impulsos delictivos y la de reformar la parte negativa del ser humano. Pero hay que hacer que lo sientan así quienes reciben los mensajes culturales.
El Instituto cuenta con personal capacitado para abrir las conciencias a tales mensajes, sin que por ello dejen de degustar el placer estético que les causan la literatura, el teatro, la música y demás actividades culturales.
Los antídotos contra la violencia, de la que estamos hartos, provienen de los órganos de seguridad, las instituciones educativas, la religión, las asociaciones civiles, la legislación y otras fuentes de variada estructura, pero nada como combinar las estrategias a menudo rígidas derivadas de ellas, con la belleza y la paz que difunde la cultura.
UN FUNCIONARIO MODELO
Estoy seguro de que no son pocos los ciudadanos que tienen algo que reprochar a quienes gobiernan en todos los niveles, del más alto al más modesto. Pero eso no concede a nadie autoridad para que generalice y condene, sin el mínimo análisis, a todos los servidores públicos por igual.
En el desempeño del oficio periodístico he conocido y tratado a centenares de funcionarios públicos. Me complace asegurar, con toda certeza, que he conocido hombres y mujeres que cumplen o han cumplido sus deberes con rectitud.
Por lo general pongo como ejemplo al cajemense Tomás Oroz Gaytán, ya fallecido, a quien hoy recuerdo porque leo en una nota del periodista Bernardo Elenes Habas que el estadio que lleva el nombre de Tomás sigue en pie, rehabilitado como escuela de deportistas.
La trayectoria política de Tomás Oroz Gaytán es interesante. A fines de los años cuarenta, sin fijarse en los partidos implicados, sino en la limpieza de una causa, puso en riesgo su seguridad y apoyó al alcalde Vicente Padilla, que acababa de afiliarse al Partido Popular y era perseguido por el partido en el poder. Pasado el vendaval, se retiró a sus labores agrícolas y fue llamado al poco tiempo por el alcalde Faustino Félix Serna a comandar la Tesorería Municipal, y luego la Tesorería General del Estado, cuando Félix Serna fue gobernador.
En ambos cargos dio lección permanente de honradez y cuidó el dinero del pueblo con tal celo, que la gente lo conocía por “lo codo”. Vigilante del presupuesto y su aplicación, exigente con precios y honorarios, cero concesiones a amigos e influyentes.
Él si gozaba de una concesión: la de trabajar de lunes a jueves como Tesorero General. El viernes llegaba a toda velocidad a su campo agrícola en el Valle del Yaqui porque vivía de la agricultura, no de su sueldo de empleado del gobierno. Y los afanes de sostener esa conducta honesta lo mató. En las prisas por cumplir allá y aquí, tuvo un accidente automovilístico que no pudo evitar.
Hombre abstemio, amigo del deporte, pero sobre todo, ejemplo de honradez en el servicio público, merece que su nombre siga el mayor tiempo posible en un estadio digno.
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