Hoy a las 10 de la mañana asistiré a un evento organizado por el Instituto Municipal de Cultura y Artes para hablar sobre cuestiones editoriales y el hábito de la lectura porque mañana es el Dia Internacional del Libro. Será en la biblioteca que se encuentra en Garmendia y Monterrey, en el mero centro de Hermosillo.
No sé cuántas personas estarán ahí, ni de qué nivel de instrucción y de qué edad. Sean hombres o mujeres, jóvenes o adultos, lo que siempre me ha preocupado, en primer término, cuando acepto dar una charla o conferencia, es no aburrirlos. Uno puede decir cosas valiosas ante un auditorio, pero si los conceptos chocan con un bostezo del oyente, ya estuvo que se le resbalaron y se perdieron.
Y en días como éstos, llueven sobre los que escuchan los argumentos con que se trata de convencerlos de que deben entregarse a la lectura, algunos de esos argumentos algo sofisticados, por ejemplo, que hay que leer para buscar nuestra identidad. O de otro modo: que por el camino de la lectura llegaremos a las raíces de la nacionalidad. O que la lectura nos hará cultos.
Deberíamos decirles con sencillez que el goce que nos produce la lectura (de buenos libros) nos hace mejores que los demás, aunque es difícil explicar por qué, o más bien, no importa que no podamos explicarlo. Tal vez ni explicación hay. Me parece que el amor a la lectura es como el amor a otro ser humano: uno ama y ya, goza y bendice ese amor y no sale en busca de un psiquiatra o un psicólogo para pedirle que le explique por qué ama.
Al leer una novela (una buena novela) el lector vive la vida de los personajes, penetra en las motivaciones de sus actos, se enamora de las protagonistas, reprueba los errores morales y aplaude los aciertos, Seguramente en el momento de la muerte, el buen lector sentirá que ha vivido más que quienes lo rodean, gracias a haber convivido con tantos personajes hallados en centenares de páginas. En fin, pronto será la hora de estar ahí. Que los dioses de la Lectura me inspiren.
SUPRIMIR PLURINOMINALES SERÁ GRANDIOSO
Siento no estar de acuerdo con mi inteligente amigo Alberto Vizcarra en cuanto a los legisladores de representación proporcional o plurinominales. Opino, como la gran mayoría de la gente, que hay que suprimirlos, o cuando menos disminuir su número en buena medida. Es monstruoso que junto a los 300 diputados federales elegidos mediante el voto, se dé entrada a otros 200 (¡doscientos!) que son escogidos a conveniencia del Presidente de la República, o del gobernador, o del cacique de la región, o por interés del dirigente de un partido, para que vaya y ocupe un lugar que no conquistó.
Y agregue usted los senadores de partido, los diputados locales de partido, los regidores de partido Son un ejército. Cuando se creó esta figura, va para 40 años, convencieron los argumentos de dar voz a las minorías, pero lo que hizo el partido entonces dominante fue sostener a partidos chicos (“la chiquillada” les pusieron) para servirse de ellos y darles ocupación bien remunerada a líderes que lo ayudaron a seguir dominando.
Sostener que sin ellos faltarán voces críticas en las cámaras es dudar de que el pueblo pueda elegir legisladores rectos, con criterio independiente, preparados para defender la democracia. Hay mucha tela de donde cortar.
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