En 1988 cuando Cuauhtémoc Cárdenas fue candidato a la Presidencia de la República, todas las baterías del sistema político se enfocaron en su contra. El candidato de la izquierda mexicana empezó a despertar interés en amplios sectores de la población, en especial de los grupos sociales más desfavorecidos y de un sector también importante de la clase media.
Lo que ocurrió ya lo sabemos. El ganador oficial fue Carlos Salinas de Gortari tras un proceso amañado que dejó el sabor a fraude electoral.
Después de ese proceso Cárdenas siguió en su lucha por la democracia y por lo tanto continuó como objetivo del odio proveniente de sectores conservadores y en general del sistema político oficial. Figuras por igual del PAN, del PRI y partidos paleros, funcionarios encumbrados, periodistas e intelectuales orgánicos acomodados en la corte salinista lanzaban sus flechas contra el odiado líder izquierdista.
Entre paréntesis, se decía que en 1986 Cárdenas pudo haber encabezado una protesta masiva por el fraude electoral del que había sido víctima. No hacerlo, haber actuado con prudencia, fue quizá uno de sus más grandes méritos históricos pues en esa época el sistema aún tenía fuerza para realizar una masacre masiva, y no selectiva como presuntamente lo hizo después.
Las campañas en su contra y el afianzamiento del sistema llevaron a Cárdenas a dos fracasos electorales dolorosos. Tras las derrotas parecía destinado a perderse en el olvido.
El líder moral
Al paso de los años surgió un nuevo líder contra el que se volcó de nuevo todo el odio del sistema. La derrota electoral de Andrés Manuel López Obrador, en particular la del 2006, pareció una reedición del fraude cometido en 1988.
Al crecer y consolidarse el liderazgo del tabasqueño entre fuerzas progresistas y en general en la población harta del prianismo, se alcanzó por fin el anhelado durante tantas décadas triunfo de un candidato izquierdista en la elección presidencial.
A la par que crecía el liderazgo de AMLO, Cuauhtémoc Cárdenas empezó a tomar distancia del excompañero y se convirtió en su crítico más notable.
También a partir de entonces "el demonio cardenista" fue reconocido por el sistema prianista, incluidos periodistas e intelectuales orgánicos, como el gran "líder moral" de la izquierda mexicana. Los elogios no escasearon proferidos por aquellos que poco antes lo detestaban.
Y Cárdenas parecía sentirse agusto con su nuevo papel de "líder moral", una frase no exenta de cursilería.
Siempre con la pose de autoridad infalible ha reiterado sus críticas, que pueden ser válidas o no, pero que también lo dibujan como un hombre celoso por no haber sido el primer dirigente de izquierda en romper la hegemonia del sistema conservador y no haber llevado a la izquierda al poder.
En algunas de sus visitas a Cd. Obregón he participaso en entrevistas con él. De manera invariable el resultado ha sido una conversación sosa en buena parte porque Cárdenas responde parco, con frases lapidarias y suele enfatizar su distanciamiento del presidente que le ganó un lugar en la historia.
Ahora que vino a presentar su libro "Por una democracia progresista", recordé a aquél Cuauhtémoc con el que nos reunimos en 1986 un pequeño grupo de maestros universitarios en el exterior del Teatro del ITSON. Un candidato que crecía y hablaba con la convicción del demócrata entregado a una causa por el bien de los mexicanos más humildes.
Y en medio del recuerdo nostálgico, brillaba ahora la figura del hombre político rodeado de elogios que recibió sin perder la pose de "líder moral".