Qué interesante y a veces hasta bonito era antes el Día de la Libertad de Prensa. Uno, aunque fuera modesto reportero o fotógrafo se sentía importante. En México el Presidente de la República se reunía con los directores de los periódicos y algunos reporteros de primera línea, los felicitaba y hacía algunas consideraciones sobre periodismo que ocupaban al día siguiente las ocho columnas de los diarios.
Los gobernadores hacían lo mismo con los periodistas de su estado. Todavía no los copiaban los presidentes municipales tal vez porque eran pocos los periodistas en sus localidades.
El primer banquete de la Libertad de Prensa al que asistí fue el que ofreció el gobernador Álvaro Obregón en su último o penúltimo año de gobierno. Yo fui enviado por el Diario del Yaqui, de Cajeme, para cubrir la información y conocí entonces, al menos de vista, a los directores importantes de Hermosillo y otras ciudades. A la derecha del gober colocaron a don Santiago Rivas, de “El intruso”, de Cananea, pues era el decano de la prensa. Muchos honores le hicieron, muchos honores, pero unas horas después lo encontré en la terminal de Transportes Norte de Sonora haciendo cola para comprar su boleto de regreso. Así eran las cosas.
Asistí una vez al banquete del 7 de junio en México cuando Carlos Salinas de Gortari era Presidente. Fue en el salón de un gran hotel pero no recuerdo el nombre. Llegó el Presidente muy saludador, se sentó y anunciaron que hablaría en nombre de todos los periodistas Héctor Aguilar Camín. ¡Pero Héctor Aguilar Camín no estaba! Apareció corriendo cinco minutos después y aunque yo estaba sentado a uno o dos kilómetros de la mesa de honor, vi que se deshacía en excusas ante Salinas, quien intentaba una sonrisa de “no tiene la menor importancia”.
La última comida de La Libertad de Prensa en la que estuve fue en la Casa de Gobierno que sólo para esa reunió la usó Claudia Pavlovich en su primero o segundo año de gobierno. Circulaban los meseros por estancias y pasillos con un ambigú y bebidas a discreción. Fue una conmemoración agradable con una breve intervención de la gobernadora.
Me pareció que aquellos banquetes perdían interés cuando al Día de la Libertad de Prensa comenzaron a llamarla Día de la Libertad de Expresión, lo que abarca no sólo a los periodistas sino también a otra clase de sujetos, por ejemplo, los oradores callejeros o los que pintan frases de protesta en las bardas o los que se suben a un camión a hablar de religión.
Además, los presidentes municipales organizaron también festejos para los periodistas locales. Fui invitado a una de esas reuniones cuando era alcalde Faustino Félix IV y me contrataron para que diera una plática alusiva. No recuerdo si conté a mis colegas cómo era antes el Día de la Libertad de Prensa, no me habría sorprendido que uno me preguntara: ¿Qué tan antes es ese antes? Me hubiera ponchado en la respuesta: Pues antes, ¡antes! Lo cierto es que, aunque han pasado muchos años, siempre recuerdo el Día de la Libertad de Prensa, aunque sea un día después, como ahora.
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