Servicio Social. Un riesgo médico
Raúl Héctor Campa García
Jueves 30 de Junio de 2022

Un estudiante le dijo a otro que iba al servicio social a la sierra de Chihuahua: “Te vas a la mera mata de la mota (güey), presta para la orquesta”

Fragmento tomado de la novela: De la muerte a la vida)

Sucedió en 1976.

El joven presidente municipal de Guadalupe y Clavo, Chihuahua, Juanito, me pidió que lo acompañara, como siempre me invitaba, cuando salía a visitar algún poblado de este Municipio de la sierra chihuahuense, que colinda con el de Badiraguato, Sinaloa; ambos forman parte del llamado El Circulo Dorado, en donde se siembra amapola y Marihuana. Ambos éramos jóvenes, él de 33 años y yo de 25 años. Siempre me recomendaba: doc. Lleve su maletín y medicamentos, y enfúndense la escuadra que le presté, no se vaya ofrecer que atienda algún enfermito o nos quieran dar un susto.

El susto lo tengo – le dije- desde que llegué a este lugar de paisajes tan bonitos de la sierra tarahumara y Tepehuana, donde los pobladores originarios todavía habitan en sus cuevas, lugar de tantos pinos, y aquí, en el pueblo las casas con paredes de adobe o ladrillo y sus techos de madera o de lámina, con sus humeantes chimeneas, en las suaves y frescas nevadas del invierno. Su bien construido, bonito y funcional Centro de Salud Rural, de piedra y su techo de madera de dos aguas, con su ático o desván.

Sobre la pistola escuadra: Recién llegado al pueblo fue a saludarme el presidente municipal, a quien había conocido en la Ciudad de Chihuahua, en una reunión de bienvenida que nos hicieron las autoridades de la secretaria de Salud a los pasantes. Platicamos y antes de despedirse, sacó la pistola que llevaba fajada al cinto, diciéndome: le presto esta escuadra, por si llegara a necesitarla.

No presidente, para que quiero eso, y en son de broma- le dije: “las armas son pendejas en manos de peligrosos”. Se sonrió, pero me insistió: Usted quédese con ella y cuando concluya su año de pasantía me la devuelve, porque es un regalo de mi Padre, OK. Pues OK, le contesté.

El Centro de Salud de Guadalupe y Calvo, es muy diferente al vetusto Centro de Salud del Pueblo de Chínipas, Chihuahua (colindante con el Municipio de Álamos, Son.), en donde inicié el Servicio Social. Sólo estuve 3 meses, un pueblito muy tranquilo, de gente buena, existe mucha pobreza; había poco trabajo médico. Era un centro hecho de armazón de fierro y acrílico de color blanco y amarillo, ventanas de vidrio algunos quebrados y un calor de mil demonios. Me permutaron, “disqué por una mala actitud” del pasante de Guadalupe y Calvo, que fue mi compañero de generación en la Escuela de Medicina; el es originario de Honduras, pero tuvieron “a bien” cambiarme a petición de Juan (presidente municipal) y el jefe de Pasantes de los Servicio Coordinados de la SSA de Chihuahua. En Guadalupe y Calvo concluí los 9 meses restante de mi pasantía, con mucho trabajo y muchos sustos. A altas horas de la noche, frecuentemente los pacientes y familiares, tocaban la puerta del Centro de Salud con la cacha de pistola, para alguna consulta de urgencia real o una “urgencia” sentida.

En esta ocasión, de varias en la que acompañé al presidente, fuimos a un desconocido lugar (para mi), era un rancho enclavado en la montaña, por un sinuoso camino de terracería; durante el trayecto me preguntó, que, si cómo la estaba pasando con mi trabajo, le dije que bien. Le platiqué, que los fines de semana, frecuentemente me llegaban algunos heridos por arma blanca o de fuego, de los poblados aledaños a la cabecera municipal, principalmente de un lugar llamado Santa Rosalía. ¡Ah sí! – me comentó-en ese poblado, los bailes de fin de semana siempre terminan en riñas, con heridos; es un desmadre ese lugar. Le conté que un fin de semana por la madrugada, me llevaron “un cadáver muerto”, que a fuerzas querían que lo reviviera, y por más maniobras de reanimación que le hice, me fue imposible “revivirlo”. Afortunadamente vieron el esfuerzo (en vano) que realicé, pero nunca respondió. Argumentaron que de seis balazos que le dieron, solo uno era de muerte.

Siempre pasa eso Doc., el alcohol, ignorancia y algo más se juntan en estos pueblos “chutameros”. Sonriendo me lo dijo. Pero a usted la gente lo respeta mi doc., ya me han estado informando. Eso espero -le conteste suspirando.

De repente, Juan me cambió la plática y me preguntó: ¿Oiga doctor, a usted le gusta la moronga? Pensé que me estaba albureando, pero le contesté, es la sangre de res o de otro animal, le llaman también rellena; Sí, como no, mi madre la hacía cada vez que mataban una res en el pueblo, cerca de Sahuaripa, allá en Bámori, Sonora y después en Cd. Obregón la preparaba seguido, con verduras, y chile verde.

En eso, exclama viendo que ya estamos a unos metros del lugar a que nos dirigíamos; ¡en la madre, ya tienen colgado a uno de las patas, y lo van a empezar a desollar. Yo no veía nada quizá por la polvareda que levantaba la camioneta en que íbamos. Pero me empecé a preocupar e imaginar lo peor. Luego me hizo otra pregunta ¿Doc, usted no ha tomado sangre fresca? porque aquí la gente al meterte el cuchillo en el cogote y al salir la sangre a borbotones, le ponen una taza o un vaso y se la empinan directamente, yo solo lo hice una vez. Me sentí más intranquilo y me dije a mi mismo y en silencio: Hay Dios mío, a donde chingado me trae el presidente ¿a un ritual satánico?

No le contesté porque casi a unos 50 metros, ya para llegar al lugar observé, que alrededor de algo que colgaba de un árbol que no alcanzaba a ver que era, estaban como diez hombres armados, unos con pistolas al cinto y otros con rifles, bebiendo de unos vasos, no sé qué cosa. El temor me empezó al embargar, pero el presidente me volvió a pregunta: Doc. No me ha contestado, qué si has tomado sangre fresca de animales.

Ahh, animales, Sí, digo NO, NO, no nunca, ni quiero hacerlo ¿Por qué, me pregunta presidente? Diciéndome: Porque estos compas acaban de matar un borrego y están tomando sangre fresca y ahorita van a preparar la carne de borrego, para comer; lo preparan bien sabroso, con tortillas al comal y con una rica salsita, hecha por la señora de mi primo, al que vengo a visitar. El borrego si lo ha comido. SI, si claro, si me gusta.

¡Borrego, era un borrego! El alma me volvió al cuerpo. Me asusté por mal pensado.

Para mediodía, ya estábamos comiendo borrego a las brasas, con ricas tortillas, frijoles puercos y salsa picosita y unas cervezas bien heladas, para el susto. Otros se empinaban su sotol. Escuché, entre las pláticas, algo respecto a un prófugo. Pero intuí, que, entre ese grupo de gente armada, que vestía bien, con ropa vaquera, botas y con armas en funda al cinto, allí se encontraba “el presunto evasor de algo turbio”.

Al despuntar la tarde, de regreso al pueblo, Juanito (en confianza Juanito porque con seis cheves en la panza, se da aquella), me confesó: mi primo el que te presenté, lo anda disque buscando el ejército, los de la Operación Cóndor, por la siembra de amapola y marihuana, que la mayoría de los ejidatarios de aquí y de Sinaloa, lo hacen porque les reditúa más que sembrar maíz o frijol; pero es puro cuento mi doctor, el ejército entra a quemar los sembradíos de amapola o marihuana después de darles varios cortes, que dependen de lo que pague cada ejido o sembrador, al mayor del ejército, en turno. Por ejemplo -seguía platicando el presidente- si pagas (en aquella época) 250 mil pesos te dejan dar una o dos rayadas al bulbo de la amapola, extraen “la resina” o “la chutama” de donde se elabora heroína; o dependiendo de las hectáreas sembradas de marihuana, es lo que cobran para dejar cosecharla; después entra el ejército a quemar o cortar de raíz los sembradíos y sacan fotos para los periódicos con un gran encabezado de nota: “DESCUBREN PLANTIOS DE MARIHUANA Y AMAPOLA. EL EJERCITO QUEMA LA MALEFICA HIERBA QUE ENVENENA A NUESTRO PUEBLO”. Y salen “los boludos (helicópteros del ejército) surcando el cielo de la sierra chihuahuense, dándole vueltas al Cerro de Mohinora, “en busca de los plantíos de malas yerbas”.

Esa noche, ya en el Pueblo, no pude conciliar el sueño. Unos culatazos de pistola, tocaron la puerta del Centro de Salud, que me abstrajo de tanto pensar en la visita a esa ranchería, ese día. Eran familiares de una paciente en trabajo de parto, con dilatación completa que tuve que atender de urgencia, de parto normal. Nació una hermosa niña con Apgar de 10, que no necesitaba pediatra, el pediatra necesitaba de la niña. Pero no había, yo era el único médico del pueblo. Todo bien Gracias a Dios.

El amanecer me hizo un guiño, como diciéndome que estaba cerca el día para terminar mi Riesgoso Servicio Social, de regresar a la universidad a presenta el examen profesional y volver a mi hogar.

Mis padres para entonces ya habían muerto. No vieron a su hijo convertido en Médico. (Fragmentos de este relato, están en las páginas 137 a la 163 de la novela de mi autoría: De la Muerte a la vida. 2017). Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

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