Lo siento. En nada comparto los desahogos de quienes disparan insultos a los políticos por el solo hecho de serlo, sin reconocerles méritos, aunque los tengan.. Y sin contar con información seria que los apoye. Le cargan a Echeverría la responsabilidad de las muertes (de estudiantes y de soldados) de 1968, en Tlatelolco. ¡Y el Presidente era todavía Gustavo Díaz Ordaz!
El otoño de 1969 inició la marcha de candidato con el pie derecho, pues desde el primer momento se ocupó en reconquistar a los jóvenes visitando las universidades más rebeldes, con riesgo de su integridad física (en la UNAM le partieron la frente de una pedrada, aunque entonces ya era Presidente).
A Sonora arribó a fines de diciembre del 69 y realizó la campaña más extensa y detallada que hubiera efectuado otro candidato. Se detenía en el trayecto para hablar con cualquier grupo que lo saludaba en el camino. Habló en todas partes. Pasó la Navidad en el ejido Zaragoza de Cananea y el Año Nuevo lo sorprendió en Moctezuma. Allí nos concedió una entrevista de prensa a los periodistas de Sonora. Cada uno de nosotros –me parece que éramos seis- tuvo tiempo para dos preguntas. Una de las que yo hice fue: “El presidente Díaz Ordaz llevó al cabo una reforma educativa y usted anunció ayer, en Ímuris, que de llegar a la Presidencia haría una reforma educativa. ¿Sería continuación de la del actual mandatario o una con características distintas? ¿Cuáles?”
Echeverría me dio una larga respuesta que, de plano, no entendí. Yo pensé que porque era un tema elevado, más allá de mi alcance, y en cuanto concluyó la entrevista fui al carro de prensa en donde podían entregarle a uno copia fiel de todo lo que se había tratado, sin cambios ni correcciones. Y al leerla, se hizo la luz: no había comprendido la respuesta porque no había mente humana que pudiera comprenderla. Aquello era un galimatías. Se la mostré al director de mi periódico, Carlos Argüelles, que pescó al vuelo la falla del Presidente, que vi en otros asuntos: su precipitación para juzgar y decidir, su falta de reflexión. Me dio instrucciones para que rehiciera el texto antes de que se pusiera en circulación.
Pero ¿qué tal en política internacional? Echeverría sostuvo nuestra relación con los cubanos en franco reto a los gringos. Y cumplió sus deberes políticos y humanos con los chilenos al caer asesinado Salvador Allende. Mis amigos inolvidables, Julio Montané y Helga, saltaban a replicar a cualquiera que atacaba Echeverría porque éste les había abierto, como a centenares de chilenos, las puertas de México, las puertas de la libertad, y en muchas ocasiones, de la vida..
Es cierto que soñó en ser líder de la ONU al frente de los países del Tercer Mundo. ¿Fue reprobable esa ambición o un anhelo lógico y justificado? No lo recordarán con gusto los agricultores del sur cuyos terrenos fueron afectados, aunque llegó luego el sucesor, que se llamó a sí mismo “el último presidente revolucionario”, que se dio prisa en meter reversa al reparto. La intención de Echeverría era buena: dar tierras de cultivo a quienes carecían de todo. Yo creo que fue un buen Presidente. Uno, ciudadano, podía acercarse a él y hablarle. En una comida que le dieron aquí, en Hermosillo, en algún lugar de la costa, yo atravesé el gran espacio que había delante de la mesa de honor y le puse delante, sobre la mesa, una libreta en blanco y le pedí un mensaje de su puño y letra para los sonorenses. Y me lo dio. Ningún guarura hizo el intento de detenerme. Era una libertad que usábamos los periodistas como cosa natural. Y que no aprendimos a apreciar hasta después, cuando nos la quitaron.
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