Después del fallecimiento de mi mamá, al comenzar los años ochentas, espacié mis visitas a Ciudad Obregón, mi tierra, porque me dolía ir allá a sabiendas de que no la encontraría. Sólo iba si me lo exigía un asunto concreto y regresaba de inmediato a Hermosillo. Pero pocos años después ayudó a curarme el alma una inyección de amistad.
En una de esas rápidas visitas, me atrapó Eduardo Estrella Acedo y me invitó a desayunar al restaurante “Bibi”. El ex presidente municipal me llevó de rondón al reservado entre una lluvia de saludos afectuosos (para él), donde ya estaban el ex alcalde Sergio Gastélum, el ex alcalde Rodolfo León, Jesús Antonio Olea, Regino Angulo, el más joven del grupo, y al menos dos comensales más. Delante de todos me explicó:
“El propósito de estos desayunos es arreglar el mundo, que como bien lo sabes, anda desquiciado. Lo arreglamos mientras tomamos los alimentos y arreglado lo dejamos para el fin de semana. Pero el lunes el mundo vuelve a desarreglarse y tenemos que enfrentar nuestra responsabilidad de nuevo el viernes siguiente”. Yo estaba feliz de haber descubierto aquella cueva del buen humor, y en lo sucesivo hice lo posible en caer ahí, sin necesidad de aviso, los viernes.
Como periodista, fui testigo de muchos logros y algunos desalientos de Eduardo en la vida pública. Entre estos últimos, haber tenido que expulsar a dos estudiantes del ITSON que consideraba excelentes, para satisfacer el orgullo herido del candidato Carlos Armando Biébrich, criticado a gritos por los muchachos. Y más adelante, la tristeza de hallar cerradas para él las puertas del ITSON, a pesar de que como Rector y como Secretario de Gobierno, junto con su hermano Jorge, entregaron a Oscar Russo un Instituto con fortaleza económica para más allá de fines del Siglo.
Sergio Anaya sintetizó muy bien, en la nota de ayer, los objetivos alcanzados, aunque le faltó espacio para incluir uno fundamental: la creación de El Colegio de Sonora. Se lo reconoció expresamente Gerardo Cornejo, otro gran ausente, en una carta. Los cabildeos del Secretario de Gobierno en la Ciudad de México y en Michoacán, fueron fundamentales.
Mis recuerdos brotan desordenados porque son muchos y de diversa índole. Cuando era presidente municipal, comíamos en un restaurante de excelente carne por la Miguel Alemán, mientras a la salida sur instalaban la estatua de Tetabiate (la de Cajeme ya ocupaba su sitio), y por teléfono le avisaron que había fallado el mecanismo de la grúa cuando la llevaba en alto y se había lesionado un fémur.
Como vi desalentado a mi querido amigo, dejé pasar cierto tiempo para confesarle lo que había pensado en ese momento: “Que llamen al soldador y al médico osteólogo, para no errarle”.
Al licenciado Estrella le debe Navojoa la unidad del ITSON. Fui de cola a un homenaje que con ese motivo le dieron hace unos diez años en muy concurrida ceremonia. En su rectorado se fundó el primer posgrado, antes que la Unison hiciera lo propio.
Nuestra amistad se estrechó cuando escribimos “La historia del ITSON” en 2005. Es el único libro que he escrito en colaboración. Las páginas que cubren su periodo de Director General y el de primer Rector son aportación invaluable a la historia de esa universidad.
Después de haber sido Rector, presidente municipal y Secretario de Gobierno, cargos que a otros permiten, como cosa de magia, retirarse y vivir en la abundancia, Eduardo Estrella Acedo siguió trabajando en su notaría, y mientras pudo, impartió clases de Derecho en la Universidad Lasalle. Estoy convencido de que su maravillosa mujer fue la clave de su vida recta y productiva. Me resulta difícil dar con una expresión breve que pueda calificarlo. Quizás si se hiciera el milagro y volviera a estar con Sergio, Regino, el “Chivo” León y demás, en el “Bibi”, sería suficiente decir: “Eduardo Estrella, ¡qué tipazo!”.
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