Estando en la Ciudad de México, escuchaba en los medios de comunicación de la ciudad capital y de todo el país, la información sobre la pandemia por COVID-19, como desde el inicio de la misma lo siguen haciéndo, a más de dos años de que se había presentado en nuestro país el primer caso, en febrero del año 2020. El virus de su cepa original, seguía mutando, como lo hacen todos los virus; nombrando a cada variante con las letras del alfabeto griego, que casi se lo acaban.
Gracias a las vacunas y a las medidas preventivas primarias recomendadas desde tiempos ancestrales en toda la historia de las pandemias en el mundo, que ahora la mayoría de la población las cumplía de manera responsable y que ayudan en mucho a la contención de esta calamidad. Esto y a dos años del azote a la humanidad por este horrendo y cruel bicho, y a pesar de algunos escépticos del progreso de la ciencia médica, como los grupos anti vacunas, de chamanes, charlatanes modernos, especuladores, vendedores de ilusiones y de panaceas curativas; la esperanza del fin de esta pandemia se avizora.
Una mañana fresca y húmedas calles, por las constantes lluvias que en esta época se presentan en la ciudad, generalmente por las tardes noches, al dirigirme a una Institución de salud, se me vino a la mente de nuevo, que gracias a las investigaciones avanzadas de la ciencia médica en la producción de vacunas y a la responsabilidad de la población de no bajar la guardia, la lucha contra este descarado germen, que ha acaparado los espacios noticiosos, tanto científicos, académicos y de la población en general, iba perdiendo la batalla.
Recordé de nuevo las últimas noticas, que las oleadas de infinidad de casos seguían persistente en el mundo y en nuestro país, principalmente en la ciudad de México, pero con una baja incidencia de casos graves, disminución de hospitalizaciones y de muertes. Esto, en parte me tranquilizaba. Aquel arrogante y feroz virus, que durante más de dos años, sus fotografías han y siguen llenando las portadas de medios impresos de comunicación, los medios digitales y televisivos. Mostrando su estructura redondeada, con sus atroces espículas semejando alfileres de filosas puntas, que como “guachaporis” (o guachapores) se adhieren a las mucosas de las vías respiratorias altas de los humanos y desde allí, se reproducen afectando diferentes órganos, enfermando a la humanidad actual y causando una mortandad mundial. Su imponente figura con esas espículas, que los científicos dibujan de color rojo rutilante unas, y en otras con un color verde luminoso, coronando su redonda forma. La primera, desdibujada en partes, como alopécica pitaya, y la segunda semejando la cabeza, con pocos cabellos de un desgreñado y pelos parados, al malvado Grinch que por dos años ha estropeado el disfrute de unas felices navidades, a la raza humana.
Absorto, caminando rumbo al destino de ese día- a una cita al hospital-, en eso me fijo en el color negruzco, como tizne, de los troncos de los árboles que se encontraban por las calles, pensé que todo se debía a la contaminación del aire de la ciudad por el Smog que padece la ciudad, por tantas industrias, vehículos, por el humo que desprenden, hasta de los anafres con carbón con que todavía en la actualidad algunos personas utilizan para cocinar, en las vendimias callejeras de memelas, huaraches, sopes, tacos de diferentes carnes asadas; entre otros contaminantes del medio ambiente. Todo esto contribuye a la disminución de la calidad del aire ambiental, que diariamente se mide en la ciudad de México, con una herramienta desarrollada para tal fin, llamada IMECA (Índice Metropolitano de la Calidad del Aire), para tomar medidas pertinentes en algunas delegaciones o actuales alcaldías de la ciudad, donde estos niveles de contaminación son superiores a los 150 IMECAS, por lo que se considera una urgente contingencia ambiental.
Repentinamente veo caer del cielo o de los mismos árboles tiznados, miles de pequeñas figuras redondas ennegrecidas, coronadas con flácidas espículas, parecidas aquel bicho maligno llamado COVID-19, que se ahogaban por la falta de aire, disneicos rebotaban por la banqueta por donde, en ese momento caminaba. El Smog que cubría la majestuosa ciudad ¿estaba defendiendo a sus habitantes del malvado bicho? a quienes observé caminar alegres y tranquilos; mientras que las calles con sus banquetas se llenaba de aquellos malignos virus, que inertes, muertos se empezaban a hinchar, aumentando su redondo tamaño que los hacía visibles a los humanos. Personas que sonreían a la vida, porque: ¡El Smog estaba matando al COVID-19! Entre más caían muertos estos gérmenes malignos, la contaminación del aire se desvanecía, por eso la felicidad se reflejaba en los rostros de los habitantes de la ciudad.
En eso suena la alarma del despertador de mi celular, que había puesto a temprana hora, para acudir a la cita que tenía mi esposa este día en el INCMN Salvador Zubirán (Instituto Nacional de Ciencias Médica y de la Nutrición). Desperté sudoroso, con una tos seca, con mínima cefalea, dolor de cuerpo y escasa rinorrea. ¡En la madre, me cuestioné!, pinche COVID-19 no se ha muerto ¿me contagiaría otra vez? Lo bueno que estamos vacunados con cuatro dosis contra el COVID. En el transcurso de media hora, me sentí bien. El susto había pasado… Pero esto me encontré, en el lavamanos del baño del cuarto del hotel que ocupamos y posteriormente me topé con la misma figura alienígena que soñé; nos encontramos con ellas en la calle cuando íbamos rumbo al INCMNSZ:
¿Un COVID inerte, “edematizado” (hinchado), y su color rojizo de sus espículas desapareció, estaban dobladas, flácidas que al igual que su superficie, ahora presentan un color café-negruzco como necrotizándose? Me cuestioné: ¿Se está muriendo el COVID o qué demonios es esto?
raulhcampag@hotmail.com