Museos de Arte en mi vida (4)
Carlos MONCADA OCHOA
Viernes 19 de Agosto de 2022

Al continuar y concluir hoy la evocación de los museos de arte que conocí en Italia, advierto omisiones, una de ellas, el Palacio Ducal de Venecia, en donde tuve la suerte de encontrar Tizianos. Además, vagando sin rumbo ni itinerario previo, en una de las placitas en donde decidí tomar un descanso, ni tiempo tuve de sentarme porque descubrí el anuncio de una exposición de grabados y esculturas de Dalí.

Me parece que ya mencioné, como galería minuciosamente recorrida, la de Brera, Milán. Si un día me piden que mencione los cuadros que me han estremecido, el primero que citaré será el “Cristo muerto”, de Andrea Mantegna. A su lado hay un hombre con el rostro distorsionado por el llanto; es una figura que me parece innecesaria pues, por sí solo, el cuerpo inánime de El Salvador y sus pies desnudos destrozan el corazón. Aparte, logra un escorzo genial.

En la misma galería, en la sección de artistas más recientes, vi por primera vez “El beso”, del veneciano Francisco Hayez, y se dio el hecho curioso que unos dos años después, sin que yo le hubiera comentado nada sobre esta obra, una de mis hijas me regaló en Navidad una copia, que naturalmente, guardo con cariño.

Hice mi último viaje a Italia en 1996. Al despedirme de mis buenos amigos en Trento, no tomé el tren a Milán, punto de salida para México, sino para Ravenna, en donde mi interés se centraba en la arquitectura (que no es el tema de estas remembranzas) En el trayecto bajé en Padua (Padova) para conocer la capilla de los Scrovegni, cubierta por completo con los murales del Giotto, pintor en sus tiempos revolucionarios de quien hablé en otras columnas, pero sólo con referencia a sus cuadros de caballete.

He ido dos veces a Alemania, la primera de ellas con la misión, encomendada por el gobierno del Departamento (se llamaba entonces) de la Ciudad de México, para asistir a reuniones sobre desarrollo urbano con funcionarios germanos, en siete ciudades diferentes. No estaban programadas visitas a museos, de modo que en Hamburgo hice trampa. No sé qué pretexto puse para separarme todo un día del grupo, y en lugar de ir a las obras del puerto, me fui al Kunsthalle, la galería de pinturas del Estado, donde gocé con obras de artistas ya conocidos como Picaso, Courbet, Kokoschka, Meissonier, y de otros casi desconocidos que me conquistaron, como Lovis Corinth, Max Beckman, Adolph von Menzel y otros.

El destino (y mis ahorros) me dieron la oportunidad de una segunda visita a Alemania, sin compromisos que me ataran. Y para abrir boca, viajé a Munich, y directamente a su famosa Pinacoteca. No obstante la cómoda e inteligente museografía, que permite realizar prolongados recorridos sin fatigarse demasiado, surgió un serio distractor. Los ventanales de buen número de salas daban hacia el terreno cubierto de césped, detrás del edificio, y ahí retozaban una docena de lindas jóvenes gozando del verano… desnudas. Fue una lata echar miradas al exterior de cuando en cuando a ver si las chicas inoportunas se habían marchado.

Y muchos creen que no es difícil esto de recorrer museos de Arte.

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