Hay millones de hombres que pasan por la vida sin saber a qué vienen al mundo. No soy de ésos. Tengo muy claro que mi misión en la vida es convencer a la gente de que ICONO se escribe sin acento en la “i”. Se debe pronunciar, pues, recargando la voz en la “o” del centro. Es una palabra grave, no esdrújula.
Consulte usted, por favor, el diccionario. No verá acento en la “i”. Y si su vista es mala, mire la vocal con lupa. Advertirá que sobre ella no hay acento, sino una bolita negra. “Icono”, sin acento en la “i”; viene del griego “eikónos” (las letras griegas son distintas a las nuestras, pero en este caso se parecen). Lo invito a ver mi diccionario griego, si usted no tiene uno, para que advierta cómo está escrito, y sobre todo, que tiene signo de acento en la “o”.
Esta explicación la he dado muchas veces, y llegué a creer que de algo había servido. Pero en El Imparcial de ayer, en la mera primera plana, llaman a la reina Isabel “ícono inspirador”. Y repiten el error en páginas interiores. ¡Qué grave ofensa para una reina que acaba de morir! ¡Una falta de ortografía!
Me apena ser duro con mis colegas, pero tengo el deber de castigarlos: Para hoy mismo, que el redactor de la nota escriba 500 veces “icono” sin acento, y el director del periódico, mil veces.
ISABEL II Y JOSÉ STALIN
La reina Isabel, a quien tenga Dios en su gloria, y el soviético José Stalin, a quien tenga el diablo no sé dónde, contribuyeron en orientarme hacia el periodismo. En 1952 la reina ascendió al trono. Yo terminaba la Preparatoria y seguí con pasión en los diarios y en los noticiarios de radio y cine los detalles de su coronación (no había llegado la televisión todavía).
Un año después, me encontraba en la Ciudad de México, iniciando la carrera de Derecho en la UNAM (aunque posteriormente la cursé en la Universidad de Sonora) y apareció en los periódicos el rumor de que el presidente del Soviet Supremo, José Stalin, se hallaba seriamente enfermo. Luego se supo que había muerto pero por razones políticas y de control sobre la sucesión en el poder, el Kremlin guardaba la noticia en secreto.
El mundo se mantuvo en suspenso 24 horas y más, esperando la confirmación, y cuando la hubo, Excelsior asestó el maravilloso golpe periodístico. En su Extra de mediodía apareció con letras enormes, enormes, una palabra: YA, Y todos supimos que el dictador había muerto.
Aquellas experiencias eran más que claras. El primero de noviembre de ese mismo año, 1953, ingresé a la redacción del Diario del Yaqui. Con los antecedentes que cuento no me fui difícil incorporarme al curso de las noticias que siguieron, sobre todo la lucha por el poder en la Unión Soviética, que de momento se resolvió a favor de un dirigente gris, Malenkov.
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