No sé si el presidente municipal de Cajeme, Javier Lamarque, ha leído a Rubén Darío, y en especial un cuento, el del poeta que le llevan al rey, rodeado en ese momento de cortesanos. “¿Qué es eso?, preguntó. –Señor, es un poeta”. Intentaré sintetizarlo.
“El rey tenía cisnes en el estanque, canarios, gorriones, senzontes en la pajarera; un poeta era algo nuevo y extraño. –Dejadle aquí. Y el poeta: señor, no he comido. Y el rey: --habla y comerás”.
“—Señor. Ha tiempo que yo canto el verbo del porvenir. He tendido mis alas al huracán, he nacido en el tiempo de la aurora; busco la raza escogida que debe esperar, con el himno en la boca y la lira en la mano, la salida del gran sol… He roto el arpa adulona de las cuerdas débiles… He arrojado el manto que me hacía parecer histrión o mujer, y he vestido de modo salvaje y espléndido; mi harapo es de púrpura”.
El rey preguntó a sus cortesanos qué hacer, y un filósofo a sueldo le aconsejó que se ganara la comida haciendo sonar una caja de música en el jardín. El rey aprobó la idea, y dirigiéndose al poeta, dijo:
“Daréis vueltas a un manubrio. Cerraréis la boca. Haréis sonar una caja de música que toca valses, cuadrillas y galopas, como no prefiráis moriros de hambre. Pieza de música por pedazo de pan. Nada de jeringozas ni ideales.
“Y desde aquel día pudo verse a la orilla del estanque de los cisnes al poeta hambriento que daba vueltas al manubrio; tiririrín, tiririrín… ¡avergonzado a las miradas del gran sol! ¿Pasaba el rey por las cercanías? ¡Tiririrín, tiririrín! ¿Había que llenar el estómago? ¡Tiririrín, tiririrín! Todo entre las burlas de los pájaros libres… Y llegó el invierno, y el pobre sintió frío en el alma y en el cuerpo. Y su cerebro estaba como petrificado, y los grandes himnos estaban en el olvido, y el poeta de la montaña coronada de águilas, no era sino un pobre diablo que daba vueltas al manubrio: ¡tiririrín!”
“Y cuando cayó la nieve se olvidaron de él el rey y sus vasallos; a los pájaros se les abrigó y a él se le dejó al aire glacial que le mordía las carnes y le azotaba el rostro… Hasta que al día siguiente lo hallaron el rey y sus cortesanos, como gorrión que mata el hielo, con una sonrisa amarga en los labios y todavía con la mano en el manubrio”.
Muy estimado señor rey, ¡perdón, perdón!, muy estimado señor presidente: hay buenos poetas en Cajeme. Rigoberto Badilla López es uno de ellos, además de médico. Es víctima desde hace meses de una enfermedad que puede matarlo. Y en este preciso momento, un funcionario decidió cesarlo del modesto cargo municipal que le permitía sobrevivir. No tiene derecho a jubilación o a pensión. No le dé usted limosnas, hágale justicia. La sociedad le reconocerá a usted mérito porque Rigoberto no es un ciudadano cualquiera, ¡es un Poeta!
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