Frutos recientes del Concurso del Libro Sonorense (9)
Carlos MONCADA OCHOA
Domingo 11 de Diciembre de 2022

Todo lo que escriba Sylvia Arvizu sobre la gran tragedia de su vida, me parecerá siempre conmovedor. Catorce años de su juventud disueltos en la cárcel es más que una tragedia. Y ha dado con el estilo ideal para contarla: frases cortas expresadas en tiempo presente, que permiten a los lectores sentir que la angustia, la desesperación, o más bien, la desesperanza, no han pasado, en este momento están ahí, en este instante ahogan

Pero Sylvia ya no escribe desde su celda. Ni deambulan a su derredor las celadoras y las compañeras que visten una calca de su uniforme. Es ahora una escritora profesional de quien se esperan atrevimientos en campos no tocados

Me asaltan estos pensamientos en cuanto cierro su libro “Morir de tiricia y carcelazo”, ganadora del Concurso del Libro Sonorense en el género Crónica, el género en que se ha especializado. Y con el que hace sonreír por sus giros tan sonorenses: “Y aquí vamos deambulando entre queriendo y no. Desacabalados, molachos de los sentimientos” (“Pandemia”); el suicidio aparentemente sin motivo de una compañera cuya condena era corta y no tenía más pendiente que el deseo de ver y abrazar a la tía que la visitaba se explica con la afirmación de que murió enferma de “tiricia y carcelazo”.

Hace muchos años, medio siglo tal vez, una televisora de México trasmitía un programa de cómicos: Emilio Brillas, Mauricio Garcés y José no recuerdo el apellido (¿Gálvez?), de origen español Durante media hora divertían al público, los sábados por la tarde, con los chistes que contaban y actuaban con gracia. Una vez abrieron el programa con la reflexión de que no se sentían a veces verdaderos profesionales pues hacían lo mismo que otros actores cómicos: previamente seleccionaban lo que era chistoso y movían a la risa de la gente.

Mauricio Garcés dijo que había sufrido una pérdida que le había partido el corazón, la de una tía que lo había cuidado desde que era bebé, y mientras relataba los detalles del fallecimiento se reía a quijada batiente. Por su parte, Emilio Brillas, estrella de cabarés en ese tiempo, habló de un bello día de primavera en que fue al parque y vio retozar entre las flores a lindos y saludables niños con sus amorosas mamás, y mientras contaba, los gestos de pena desfiguraban su rostro y corrían por sus mejillas lágrimas verdaderas.

Uno, espectador, no atinaba a reaccionar, con risa o con lamentos. En mi caso, recuerdo la positiva impresión que me causó el profesionalismo de los comediantes. Lograban controlar con experiencia y técnica los sentimientos descritos en el guion.

La escritora Sylvia Arvizu va para allá Debe ir para allá. Narró ya lo que pasó en prisión y comenzó a contar las dificultades para reinsertase, como dicen los expertos en Derecho Penal, en la sociedad. Creo que está capacitada, como profesional de la literatura, a contar lo de antes. Por qué (Le agradezco de manera especial la crónica “Reír sin ti”).

carlosomoncada@gmal.com

 
 

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