Frutos recientes del CLS (11 y 12, fin de la serie)
Carlos MONCADA OCHOA
Martes 13 de Diciembre de 2022

A los periódicos de Hermosillo les vale madre que un sonorense publique un libro, al cabo que ni los leen. Por eso, y porque soy un literato profesional, emprendí la tarea de leer y reseñar los doce que editó este invierno el Instituto Sonorense de Cultura, y me haré cargo ahora de las dos obras que me faltan, ambas textos de teatro. No es fácil someterlos a crítica cuando no las ha visto uno vivas, en escena.

“El lugar donde siempre llueve”, de Érika Coré Acuña, ganó el concurso de 2020, y “4000 días en Oblivión”, de Juan Carlos Valdez, el de 2021.La primera es actuada por cinco mujeres: Sandra, doctora, responsable de la casa en donde las otras cuatro: Alicia, Dorotea, Sarah y Martha, presuntas asesinas de sus respectivos padres, están sometidas a observación. Hay que precisar los motivos de sus actos para saber si han de ser trasladadas a la cárcel para que cumplan sentencia. De momento al parecer no recuerdan haber matado, sobre todo Alicia.

Las cinco recitan sendos soliloquios que ayudan al espectador a entrever los motivos que las hicieron proceder como lo hicieron; en el caso de Sandra se complican las cosas porque Dorotea es su hija, por tanto, la causante de haberse quedado sin su marido.

La obra de Juan Carlos parte también de un caso de amnesia. Sólo hay dos actores: Ella y Él. Ella es la amnésica. Olvida todo de repente, inclusive a los dos hijos que han procreado en diez años de vida matrimonial, y se resiste con obstinación a verlos como si algo en su interior la obligara a permanecer encerrada en su falsa identidad.

El autor hace una fina exploración en la psicología de Él y Ella, que en ese largo periodo de olvido sólo se mantienen unidos por la mutua complacencia sexual, y por esa vía insinúa que se dirigen a la identificación, aunque la obra llega a su fin sin que se vea tal desenlace.

Señalé al principio que es difícil criticar una obra de teatro si no la ha visto uno representada en escena. Lo puede lograr, claro, un director talentoso, cualidad que no poseo. En la obra de Érika ayudan los soliloquios de cada personaje, pero en la de Juan Carlos tanto Él como Ella formulan observaciones para sí mismos al tiempo que dialogan en voz alta con el cónyuge. Uno se pregunta cómo ´hará el director que ponga el drama para que lo que sólo piense uno de ellos no sea escuchado por el otro, pero sí por el público.

Estaremos pendientes del estreno para saber cómo se resuelve la dificultad. De momento complace que el acervo dramatúrgico sonorense se enriquezca con dos buenas obras más.

El autor de esta columna debe atender la triste obligación de regresar a los temas políticos en los próximos días, pero mantiene el compromiso de realizar una evaluación de la literatura sonorense con base en la reseña de los doce libros recién publicados.

carlosomoncada@gmail.com

 
 

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