Aquellos años de escuela
Rogelio Arenas
Viernes 6 de Enero de 2023

Allá al principio de los cuarenta, en la vieja escuela Cajeme existía una sola llave de agua potable para satisfacer nuestra sed. Estaba situada al oriente de las escaleras que daban al segundo piso.

Debajo de las mencionadas escaleras existían vestigios de unos bebederos que posiblemente funcionaron al fundar la escuela (en 1935). Imaginen que a veces, antes de entrar a clases había una cola de treinta a sesenta alumnos, lo mismo a la hora del recreo o a la salida, lógico que algún niño “pueblo” pescara ahí unas “boquillas”, llagas en las comisuras de los labios, muy en boga entre nosotros.

Piojos blancos, piojos negros, liendres y demás bichos fueron nuestros compañeros. Los “jiotes”, la tiña (hongos), etc., eran también de nuestros tiempos y clases económica, y cómo no si nuestras albercas cuando se venían las crecientes de las grandes lluvias de entonces, eran las fosas sépticas de nuestras letrinas.

Además, nuestras aventuras en el “canalón” (canal Bajo y los aledaños) eran propiciadas de salpullido que nos era curado con maizena al que pudiera aguantar, con limón y sal tallado en el cuerpo entero.

En fin, que algunos del pueblo que todavía andamos aquí es porque los chichiquelites, las mostazas y las verdolagas nunca crearon colesterol y porque nuestras madres nos criaban hasta los dos años con leche de pecho o de burra o chiva (quienes podían hacerlo); al cabo que el “viejo” nunca podría comprarles  “lujos”  como ellas decían (cremas, pinturas labiales, etc).

Se ha cambiado aquello; tenemos luz, agua potable, drenaje, etc., pero siempre la madre de pueblo, con todo y su sacrificio, se va a ver más acabada que la madre de sociedad, porque a pesar de cuanto se diga de la planeación familiar, las madres de mi querido pueblo, ni modo de negarlo, son como se dice, unas “tacuachas”, para tener hijos, por supuesto con la ayuda de los “viejos”.

 
 

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