Como periodista, tuve la fortuna de publicar todos y cada uno de los pasos que se dieron, en el sexenio del gobernador Luis Encinas, para fundar y poner en marcha el ISSSTESON. Me pareció maravilloso que los servicios médicos se pusieran al alcance de los servidores públicos de todo el Estado, y más tarde, que la Universidad y otras instituciones privadas crearan fondos, dentro de la nueva dependencia oficial, para extender a sus propios trabajadores dichos servicios.
Descubrí, con pena, que al menos dos directores del Instituto manotearon el presupuesto y me dio rabia que el exgobernador Padrés sin el mínimo rubor se robara el dinero de las cuotas de los trabajadores sin que las autoridades que lo sucedieron hicieran un intento serio para hacerle pagar lo robado. No imaginaba entonces que a los derechohabientes nos faltaba conocer el papel que se nos tenía asignado: el de hacer el ridículo.
El 25 de noviembre del año pasado sufrí un accidente en el auditorio Armando Hopkins Durazo (casualmente, el creador del ISSSTESON) de la Sociedad Sonorense de Historia, al concluir una sesión del Simposio. Luego de haber leído mi ponencia, al subir los peldaños para salir del recinto, resbalé y me di un golpe terrible en un tobillo. Llevaba bastón de tiempo atrás porque caminaba con dificultad y el golpe casi me envía a la silla de ruedas.
El 20 de diciembre tuve cita con el médico especialista en el Hospital Chávez, y receta en mano me dirigí a la farmacia del Instituto para surtirla. La empleada me informó que no había en existencia las tabletas Meloxicam y me dio un vale para que las recogiera “en un plazo no mayor a 21 días”. Como soy un ingenuo fui ayer a la farmacia sin saber que los directivos del Instituto y del hospital me habían tomado por su hazmerreír. La empleada me dijo con desenfado; “No tiene este medicamento ninguno de los centros del ISSSTESON, no hay”. ¿Y qué, repliqué, tendrán que cortarme el pie)
Yo no había encontrado estacionamiento cercano. Una persona sana habría cubierto la distancia del lugar en que dejé mi carro a la farmacia en diez minutos. Con mis dos bastones yo hice media hora, y otra media hora de regreso, bajo el sol de mediodía y con las manos vacías.
Si no tenían el medicamento, ¿por qué me lo recetó el médico y por qué la gente de la farmacia me obligó a regresar prácticamente arrastrándome? ¿Dan vales por medicamentos que no hay para que el enfermo se enfade y no vuelva, o de plano los compre en una botica comercial?
La respuesta es más sencilla. Del director general del ISSTESON para abajo, los funcionarios nos consideran a los derechohabientes sus pendejos. Les divierte que ancianos de casi 90 años a quienes pase lo que pase les descuentan las cuotas, acudan en busca de medicinas inexistentes y crean que es cierto lo que sobre el ISSSTESON manda publicar el gobierno. Les notifico que tiendo poco a poco a mejorar gracias al aceite de roble y la pomada de árnica de una dama bondadosa. Mientras mejoro, que sigan ellos riéndose como imbéciles.
Carlosomoncada@gmail.com