El púgil hispano Oscar de La Hoya se retira del boxeo, pero su leyenda queda grabada en la historia de un deporte que cuenta con defensores y detractores desde su nacimiento en los Juegos Olímpicos de la Grecia antigua.
Se marcha la última leyenda del pugilismo, el boxeador que aportó ingresos y beneficios millonarios a la cadena de televisión "HBO", que transmitió 32 de sus 45 combates profesionales, de los que ganó 39 y perdió 6, con 30 triunfos por la vía rápida.
El "Niño de Oro" dice adiós como lo hizo Muhammad Ali, el más grande boxeador de todos los tiempos: después de sufrir una dolorosa derrota, él contra el filipino Manny Pacquiao (06-12-2008); el "rey" tras perder ante su compatriota Trevor Berbick (12-11-1981).
El púgil estadounidense, hijo de inmigrantes mexicanos, guarda los guantes en el armario para siempre a la edad de 36 años. Ali, oro olímpico en Roma en semipesados, lo hizo con 39 después de 61 peleas, de las que ganó 56, 37 de ellas por KO, y perdió 5.
Clay se había retirado del boxeo en 1978, pero regresó en 1980 para perder por KO técnico ante Larry Holmes en pelea por el título mundial, a la que siguió la de Berbick.
Tras estas derrotas, Clay juzgó que su carrera profesional había llegado a su fin. Lo que más alegró a su familia es que el boxeador más generoso con los micrófonos no había resultado lesionado en el combate.
"No he llorado. Estoy muy contenta de que no haya resultado herido. No me importa que haya perdido. Lo importante es que no tiene heridas", dijo su madre, según relata el periodista británico Hugh MacIlvanney en su libro "The hardest game".
Veintinueve años más tarde, De La Hoya sigue la senda de Ali, pero a diferencia del "más grande de todos los tiempos" acabó su último combate con el rostro tumefacto. Una humillación para un boxeador que había ganado el título olímpico en Barcelona'92 en el peso ligero y que fue 10 veces campeón mundial en seis categorías diferentes.
Tras la derrota ante Pacquiao, De La Hoya decidió tomarse un tiempo para meditar su futuro. Hasta ayer, el último gong. En los Angeles, su ciudad natal, De La Hoya anunció la retirada, una decisión muy difícil para quien declara que el boxeo ha sido "el amor" y "la pasión" de su vida.
"Ahora entiendo por qué los atletas de élite tienen tanto reparo y les cuesta tanto retirarse cuando uno siente la pasión por el deporte que siempre piensas vas a poder practicar", dijo De La Hoya.
Con su retirada, De La Hoya entra en la categoría de las leyendas deportivas y, debería de saberlo, éstas nunca dejan de serlo.
Nadie olvida sus proezas y el peso de su imagen sirve para reafirmar la grandeza del deporte en las más grandes ocasiones.
Clay, enfermo de Parkinson desde 1984, fue el último relevista de la antorcha olímpica en los Juegos de Atlanta de 1996 y la enorme ovación que recibió se conserva como uno de los grandes momentos de la historia del olimpismo.
Tampoco se olvida el instante en que el ciclista español Miguel Induráin, cinco veces consecutivas ganador del Tour de Francia, dos del Giro, campeón mundial en Colombia y oro olímpico en Atlanta en contrarreloj, se bajó de la bicicleta el 20 de septiembre de 1996 cuando faltaban 25 kilómetros para la conclusión de la etapa reina de la Vuelta a España, preludio del anuncio de su retirada tres meses después.
O el mismo anuncio de retirada de Severiano Ballesteros, el 16 de julio de 2007, menos impactante que el comunicado enviado el 12 de octubre del año siguiente en el que informaba que padecía un tumor cerebral, del que fue posteriormente operado y del que se recupera actualmente en Pedreña, su localidad natal.
Los grandes deportistas también se retiran, sí, pero no las imágenes de sus hazañas: la tercera pelea de Ali contra Joe Frazier en Manila, el combate por la "última revancha" entre De La Hoya y el legendario mexicano Julio César Chávez, Induráin doblando a Claudio Chiapucci a pocos kilómetros de la meta para ganar su primer Giro, el decisivo "birdie" de Ballesteros en el hoyo 16 en su primer título en el Open británico.