Jamás he fumado a pesar de que he trabajado en redacciones contaminadas por reporteros fumadores. Hace unos cincuenta años, una mujer me regaló en Navidad una hermosa pipa con su dotación correspondiente de perfumado tabaco. La puse en mi escritorio como adorno. No recuerdo si se la regalé a alguien o se la clavó un vicioso. De pronto desapareció y no me puse a buscarla. Ni a la pipa ni a la mujer.
Sin embargo, me interesa seguir el intento del gobierno de obligar, mediante una ley, a los comerciantes que venden cigarros a que no los exhiban, deberán mantener la mercancía oculta a los ojos de los fumadores.
Esa es una medida injusta y además ridícula. Para comenzar, la afición al tabaco no entra por los ojos sino por el sistema respiratorio. No van a decirme que ningún invidente fuma, El Estado diseñó y ejecutó campañas para convencer a los adictos al tabaco, mediante terroríficas estadísticas, de que al fumar atentan contra su salud. Además, obligó a los industriales a imprimir en los empaques la advertencia de que el producto es un peligro. La estrategia fracasó.
Ayer, prominentes líderes empresariales, entrevistados en Radio Sonora por Miria Andrade (buena lectora y razonadora de noticias) se quejaron de que la iniciativa de ley se promovió sin el indispensable apoyo técnico, es decir, la información estadística que sirviera de base para esconder el producto que el comerciante exhibe porque es un derecho que, para comenzar, se apoya en la lógica.
Para establecer un paralelo de este asunto con otro que ha dado qué hacer a los del gobierno, hay que destacar que los comercios no ocultan las bebidas alcohólicas, al contrario, las muestran en espacios de privilegio. En las ciudades se anuncian en la calle, en murales bonitamente diseñados.
Como ocurre con esas bebidas, el cigarro da buenos ingresos al gobierno por la vía de los impuestos, y se han aumentado los precios pero el fumador no cede terreno. ¿Qué hacer entonces No lo sé, no soy asesor de funcionarios, me limito a repetirr que en mi opinión de no fumador, la medida, que no ha sido aprobada, es injusta y ridícula. A las autoridades sólo les faltaría dar el último paso, la prohibición de la elaboración de cigarrillos, paso que nunca darán porque el gobierno no está dispuesto a renunciar al gravamen.
Ayer, cuando escuchaba que los empresarios están dispuestos a cumplir la ley, aunque les falta probar el recurso del amparo contra la legislación, recordé la frase del escritor irlandés Oscar Wilde y la pasé a cabina: “El cigarrillo es el tipo perfecto del placer perfecto: es delicioso y lo deja a uno insatisfecho”.
Si el noticiario hubiera durado un poco más, a lo mejor me habría animado a cantarles: “Fumando espero a la mujer que quiero…” O a petición del amable público oyente, “Humo en los ojos”.
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