Personajes pintorescos de Cajeme
En todos los pueblos chicos o grandes, siempre han existido personas que de una forma u otra van de la mano con su historia.
Por lo regular son personas que poseen algo, que los hace sobresalir del común denominador de los demás habitantes lugareños, que si bien, forman parte del mismo conglomerado no forjan, ni dejan la misma huella que estos personajes recordados, aunque sean de las clases altas o de las mas marginadas.
Caminan pues, estos personajes de la mano y son citados frecuentemente aunque hayan desaparecido ya, mucho tiempo.
Cajeme y sus pueblos aledaños no son ajenos a este tipo de personajes de su microhistoria, haremos lo posible por recordar a manera de homenaje, a quienes de alguna forma u otra dejaron y dejan su huella en nuestra región. Remontémonos al siglo pasado en la década de los 30’s al viejo Valle del Yaqui, que si bien recibía el esfuerzo y el duro trabajo de agricultores y peones, también tenía después de las duras y agobiadoras faenas diarias la chispa e ironía de que hacían gala aquellos esforzados titanes del agro, imaginemos a don Melchor Soto Galindo, a don Antonio Esquer, al “Cuate” Octavio Valenzuela y a tantos otros charreando y conviviendo a la par que alguien de aquel heterogéneo grupo “recibía” (así se decía antes) estos versos atribuidos a J.J. Pablos:
Artístico y asombroso
es el Zurrar de Antonio
pues él con un solo trozo
puede tapar un camino
En la hacienda Providencia
a todos los ha zurrado
Y cabe en la inteligencia
que hasta caca le ha sobrado
En Bácum, considerado este municipio como parte de nuestra Ciudad debido a su cercanía, es inolvidable como personaje popular el “cuate” Amavizca, quien festinado y algunas veces ayudado en sus trovas como él así las llamaba, por el “tata” Cristóbal Velázquez, el “Chicoli” y el “Yuca” Miranda personajes también recordados por su ingenio es citado frecuentemente con algún verso de su cosecha como estos:
Como a las tres de la tarde
se dejó venir la bola
tengan cuidado muchachos
agárrense de la piola
Y este otro con dedicatoria para un viejo vecino del lugar:
El “chanate” ya se va
ya se va para Tampico
doce mil lleva en las alas
y quinientos en el pico
Aquí en Cajeme, se recuerda al “Pariente”, al “Cuni”, al “Zacatito” y claro, al Ingeniero “Buki”, quien junto con ellos, compañeros de parranda, simulaba hacer los trazos de las calles del viejo pueblo y siendo como eran, unos chopitas, tienen su lugar en nuestra microhistoria. ¿Quién no recuerda la agudeza y la ironía de los versos de Miguel Mejía “el Tarachi”?
Entre los policías del viejo Cajeme son destacados personajes don Rafael Valdés el “Borneadito”, el Tití, Ramón Agramón y los “cuatitos” quienes vinieron a menos en la década de los 50’s, al empezar a pavimentarse nuestro pueblo, pues hay que recordar que estos, más que policías de carrera eran “huelleros”. Renglón aparte merece Pedro Palafox Félix que alguna vez se levantó él mismo una infracción cuando cruzara una calle sin hacerlo en la esquina donde estaban los arbotantes (celosos de su deber) que enseñaba en el departamento de educación vial, inolvidable también aquel señor gordo que usaba una visera en su cabeza y ligas en las mangas de la camisa; el señor Trejo, personaje alguna vez que fuera quemado como mal humor en uno de aquellos carnavales ya idos.
De la mano en los recuerdos, Miguel A. Romero “el charro pintor”, Trini Paredes el de “la pagoda” y “Rafailito” cantinero también con su “Barrilito” don Pancho Burgos y el profe Serrano quienes al final de una buena parranda, terminaban vendiendo verduras por la madrugada en unos canastos de mimbre conseguidos vaya usted a saber como.
En el recuerdo el gordo Camarillo, restaurantero de los 40’s y los 50’s, todo un espectáculo arriba de su bicicleta haciendo sonar la corneta y con aquella mano de madera hecha por él mismo, mano que llegaba desde la caja donde se sentaba hasta la última de las mesas de su negocio, pues como pesaba algunos “casi 200” Kg. no tenía o no quería moverse mucho, y ahí recibía el pago de lo consumido en su fonda de la terminal de camiones suburbanos, sita en lo que es hoy Plaza Zaragoza en las calles California y Zaragoza.
Forman parte de las estampas del viejo Cajeme aquellos émulos de Romeo y Julieta, la Ramona y el “Cagancho”, aquel dueto de bebedores sin par que deambulaban por las calles de Cajeme y que tuvieran un triste final como en los típicos romances de la historia pues al morir la Ramona, cuentan que a los dos o tres días (y esto es cierto), falleció a la sombra de los árboles de la laguna del Náinari, su compañero de siempre “el Cagancho”, quien no soportó la tristeza de su soledad.
Estampas citadinas: el “ciego Mingo”, el Chópila y el “Charro Velarde”, viejos voceadores quienes voceaban las noticias del Diario; el “charro” Velarde era a la vez con una enorme bocina de lámina el anunciador de las corridas de la única línea foránea de Transportes Norte de Sonora que tenía su terminal donde hoy es “Casa Baidón” por la calle Sonora, casi esquina con Galeana.
Tienen su monumento en los recuerdos del béisbol llanero “el Bonga”, la “Colona” y el “húngaro” Machi, este todavía afortunadamente entre nosotros, para terminar pues empiezan a aflorar nombres y recuerdos, pregunte usted a alguien si conoce a los Búsani, dos hermanos todólogos que ya son parte de nuestra imagen microhistórica, ellos son boleros, cafeceros, lavacarros, fueron maleteros en el Dipo viejo del Ferrocarril del Pacífico y son los primeros que saben como, a que horas, de que, donde va a ser el velorio y donde será sepultado cualquier vecino que entrega su alma al creador. Tienen, pues, los Búsani, vocación de periodista.
Como colofón, la célebre frase de uno de los más populares de estos personajes, Bernabé el “Caracas” Carrillo: ¿Con qué ingrato?