El Rey Bombón y sus corcholatas
Raúl Héctor Campa García
Miércoles 17 de Mayo de 2023

“Hubo un rey en un castillo Con murallas de membrillo Con sus patios de almendrita Y sus torres de turrón […]”.  Gabilondo Soler. Cri -Cri (O ¿sería PRI- PRI?).

Las reuniones de campaña iniciaron mucho antes del tiempo reglamentario, las recepciones se dieron por todo el territorio ocupado por los nuevos virreyes afines al régimen monárquico, que también fueron afines a los anteriores monarcas. Tirios y troyano acudían convocados por su serenísima majestad y sus elegidos. Unos por muto proprio, los menos, otros por coacción de sus superiores inmediatos y otros más por ser beneficiaros de las dádivas del monarca; el pueblo asistía temeroso a la amenaza que les hacían, de quitarles los beneficios, en caso de no apoyar a su corte “pala-c(h)i…ega”.

Las reuniones con el monarca era un festín de adulaciones lisonjeras (sin importa que sea pleonasmo), entre los personajes que acudían a esas congregaciones semejantes a mítines de campaña electoral. Así eran. Tenían la venia del “señor, rey del palacio”, no importa que no se respetaran los tiempos, al cabo que la Institución que regulaba estas campañas, les valía … a su alteza serenísima y a los tartufos cercanos.

Las manifestaciones de apoyo a sus emisarios, pretensos a heredar el poder era evidente. Pero solo sería una o uno de ellos el agraciado asignado por el dedo hacedor de candidatos y otros puestos. Esto le ayudaría al Rey a consolidar su poder en su territorio, poder que tanto anhelaba; que por su perseverancia y con algunas artimañas concertadas con el Rey anterior -autoexiliado en otra nación-; lo había logrado.

Ahora en su abotagado frenesí, estimulado por una tercera parte de los pobladores, algunos coaccionados por las dádivas, no solo soñaba, sino que reiteradamente al despertarse muy de mañana, ensayaba ante un espejo lo que tenía que decirle a su pueblo sabio y a la vez sumiso, por tan generalizado adjetivo a sus “leales” súbditos. El mismo se decía, lo repetía o se los daba a entender diariamente minutos después de lo que, sudoroso y mentalmente “orgiástico”, era su sueño vuelto realidad, tal vez emulando la célebre frase del Rey Luis XIV, el Rey de Francia; “el Rey Sol”, “el Grande”, “el Diosdado”: “L´État, c´est moi” (El estado soy yo).

Tan exaltado optimismo de auto adulación, al igual que aquel Rey francés, era el fruto de la desatinadas y frecuentes lisonjas de sus cortesanos y de no pocos “intelectuales orgánicos” (como él también llamaba sarcásticamente a los que no comulgan con su reinado, casi a término), entre ellos algunos historiadores y literatos ad hoc, que se han beneficiado (ellos o sus familiares) de su terrenal mandato; que tenían la esperanza de continuar dentro de esta nueva oligarquía. Tal como anteriores soberanos Reales, que se rodeaban con ilustres personajes de la intelectualidad de la nación gobernada. No había nada nuevo baja el sol en tan extenso territorio. Solo cambiaba el ropaje de cada Rey, y la mayoría del pueblo vistiendo los mismos harapos y peores desgracias.

Quizás se reunió con tres o cuatro aspirantes a sucederlo en el trono, en algún banquete donde se destaparon cuatro botellas que no tenían corcho, sino fichas o corcholatas, y en una de estas aparecería el nombre del agraciado o agraciada del monarca, quedando tal vez tres “desgraciados” (no agraciados, para que no se malinterprete la connotación indignante de tres corcholatas no premiadas). Corcholatas no desechadas del todo, que le podían servir para allanarle el camino de los abrojos que pudieran obstruir la senda hacia el trono al futuro Rey o Reyna.

Cada uno de los no favorecidos por el agotado Rey, se infiltraría en algunos sectores de la población gobernada, que no apoyaban al personaje de la corcholata premiada; pero sí, a algún émulo de Robin Hood (héroe, pero no tan forajido de anteriores reinados), que “competiría” con la agraciada tapadera, para alcanzar el poder del territorio. Las corcholatas no premiadas, servirían de comparsa al o la elegida por dedo “celestial del creador del nuevo paraíso terrenal”. Pero existía el temor en el Rey, de que alguno se le pudiera salir del huacal o agujerado guari y pretendiera irse a las filas del supuesto Robin Hood moderno de la oposición. Había mucho “sospechosismo”, se decía, en una de sus corcholatas; un modosito y tibió personaje de la corte, ex virrey en anteriores reinados, de una “extinta” monarquía perfecta, pero reencarnada en este nuevo gobierno.

El Rey de esta ficticia tierra de “monarquía omnímoda”, debatía, en soliloquio, un problema existencial …le preocupaba el destino de su reinado ¿Quizás el Rey no tenía duda del personaje que heredará su trono?, el trono del monarca, el palacio y sus incondicionales súbditos, incluyendo a los tartufos, sumisos aduladores, tan indispensables para el ego de su señoría; el Rey número non del palacio. Mientras, divagaba en eso, paladeaba un sabroso chocolatito marca Rocío. Que por cierto a la Reyna consorte, no le gustaba tan exquisito dulce de cacao. Cacao cosechado en los campos, ahora propiedad de los principitos de la corte.

Cuento corto: No apto para cortesanos. Cualquier parecido con la realidad –de los personajes- es pura coincidencia. ¿O al revés?

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