Entre mis limitadas capacidades para comentar temas en boga no figura la que se necesita para hablar de asuntos bancarios. Y, por otra parte, ya quedó claro que el grupo norteamericano Citi, propietario de Banamex, resolvió cancelar su propuesta de vender y revivirla el año venidero con un nuevo procedimiento, no abierto como el que le interesó a Germán Larrea. Y también, infortunadamente, a AMLO.
Pero considero útil hacer algunas observaciones para el caso de que la tentación vuelva a llamar a las puertas del actual mandatario o de quien lo suceda en el cargo. Porque ya vivimos la amarga experiencia de meternos a banqueros en los tiempos de José López Portillo y no pararse a recordar ahora lo que entonces pasó nos pudo llevar una vez más al caos.
Cuando en el sexenio de aquel coqueto mandatario se derrumbó el sistema monetario, decretó la incautación de todas las cuentas de cheques y de ahorros en dólares de instituciones, empresas y particulares, que se pagaron a éstos al precio que en ese momento tenía la moneda norteamericana. No pasó ni una semana para que la paridad se fuera al diablo y tuviéramos conciencia, al dispararse el dólar, de todo lo que nos había robado el gobierno.
Por añadidura se incautaron o expropiaron (no estoy seguro de la palabra que se usó) los bancos, y las gerencias se confiaron con criterio político a los funcionarios amigos del Presidente. Fue como si se hubieran expropiado los puestos de un mercado y se pusieran en manos de quienes conocieran las operaciones aritméticas fundamentales pero nada de los precios de las frutas y las verduras..
La realidad golpeó brutalmente a López Portillo y colaboradores que se vieron obligados a devolver los bancos a sus dueños antes de haber terminado de pagar uno solo. La que llamaron “hábil maniobra” los periodistas oficiales fue una sangría dolorosa para las finanzas de la Nación.
Yo tengo un amor especial hacia Banamex. En la sucursal Ciudad Obregón tuvo su primer trabajo mi hermano Antonio, ya fallecido, al lado de un varón que fue modelo .del banquero recto, hábil y honesto, don Jorge Aguilar Monteverde. Con él siguió en la sucursal Hermosillo y luego recibió las gerencias de las sucursales de Guaymas y La Paz.
Alenté igual admiración por el Banco de Comercio bajo la dirección del legendario señor Espinoza Iglesias, que apuntaló la cultura de Puebla con un museo. Mi yerno, el poeta Roberto Vallarino escribió un libro sobre el proyecto realizado, y cuando enfermó, la hija del banquero estuvo pendiente de su salud, anulando las torpes versiones que corren sobre la mezquindad de los banqueros.
El presidente López Obrador se exhibió como hombre ingenuo al asegurar, en reciente conferencia de prensa, que un banco es “un negocio redondo”, pues como prueba mencionó las utilidades que una institución de arraigo y de sólido prestigio cosechó en un ejercicio fiscal. Pero ésa es sólo la cara bonita de la actividad y el fruto de muchos desvelos, no una chiripa .engendrada en los sueños de un político.
Qué bueno que la ocurrencia presidencial quedó en el aire. Es de desearse que no la vuelva a recordar. El enorme presupuesto de la Nación sirve para muchas cosas importantes pero bien meditadas.
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