Los niños perdidos
Carlos Sánchez
Domingo 25 de Junio de 2023

La desolación es una hielera donde habita la multitud. Ice, el frío de la infancia que no encuentra respuestas.

Valeria Luiselli nos muestra en su trabajo de investigación Los niños perdidos (ed. Sexto piso 2016-2022) las voces de los desposeídos, la maternidad-paternidad ausente en un país en el que los sueños mutan de la esperanza al terror: Estados Unidos.

Con esos designios que la vida le provee, estar allí, en el lugar correcto para emprender como una consecuencia de su sensibilidad la construcción de su trabajo de crónica-ensayo, Luiselli nos comparte el dolor de sus instantes, las conmociones de las preguntas que construye su hija, quien consecuencia directa también estará marcada de por vida del efecto desolador que la palabra inmigrante contiene.

La capacidad de observación y de sentir se avizora como elemento sine qua non. Sin estas habilidades difícil sería la escritura de un libro que contiene el dato duro, las palabras de los otros, postales de una mirada que se nos encaja como una estaca en medio del corazón.

Nuca será acontecimiento menor el extravío de las garantías mínimas para poder respirar. Los niños que redacta a perfección Valeria nos muestran la ingratitud del nacer a contracorriente. Huir de la tierra donde se nace porque ya una bala o un puñal acecha desde la acera de enfrente.

En Los niños perdidos las estrategias de las madres, las abuelas, rayan en la genialidad de un mago sus recursos de protección que dicta el amor, rebasan la sagacidad de toda fiera que abunda en el planeta. Zurcir sus nombres dentro del vestido representa la acción, imagen, más portentosa que exista en un libro de investigación. Luiselli es una esponja que todo lo absorbe para después confeccionarlo en palabras similitud de esa maravilla de la abuela que zurce.

Ni Valeria lo sabía, ni nosotros lo imaginábamos. La revelación inicia en ese trabajo que la escritora emprende como traductora en los juzgados de EEUU donde las voces de infantes cuentan sus desventuras. Luego vendrá, por vocación, por atino, por profesionalismo, la redacción del libro de marras para ilustrarnos a través de varias historias, de su dolor mismo, la mutilación de las alas en esas infancias cuyo paso por la vida será una búsqueda incesante, quizá hasta el final de sus días.

¿Para qué sirve el periodismo, la literatura, la palabra? Precisamente para entender y vivir las tragedias de los otros, las desventuras de ellos que también somos nosotros, porque en cada voz (como en la de Manu, por ejemplo, uno de los niños protagonistas del arrebato de identidad) el filo de un bisturí nos cercena el intestino.

“La siguiente vez que veo a Manu, seis meses más tarde, estamos en el piso treinta y tantos de un edificio corporativo en la punta de Manhattan, junto a South Ferry. A través de un ventanal se ve el puerto de Staten Island…”

En ese encuentro, Manu cuenta cómo antes reía de su abuela por la ausencia de dientes; ahora, mientras conversa, esconde su dentadura porque la Mara le arrebató los dientes frontales…

“Me quedo helada mientras Manu sigue contando su historia con la indiferencia con la que alguien hablaría de productos de supermercado. Le tiene miedo a la 18, dice. Le tumbaron los dientes. Y la MS-13 lo protegió. Pero no les quiere deber nada.”

Uno de los argumentos por los cuales se huye del país de origen es por la violencia, porque la vida podría no alcanzar su adolescencia. Lo increíble es que en el mismo país en el que se instalan, los Estados Unidos, contenga la organización y el despliegue de las mismas pandillas cuyo origen es Centroamérica. La paz es una utopía que desgaja todos los instantes. Y sin embargo…

 

 

 

 
 

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