Después de anunciar su decisión de recorrer el país para fortalecer su propuesta política y fundar un nuevo partido, que se llamaría Movimiento Progresista, Marcelo Ebrard ha quedado a la deriva.
Su gira por plazas, calles y recintos en cualquier parte del país será un intento que hoy se antoja innecesario, dicho de manera más ruda: fracasado.
Ebrard ya no podrá congregar a muchos que se decían sus simpatizantes y formaban parte de los comités de apoyo a su candidatura. En todo el país y por la tradición mexicana, los que estaban con él, la gran mayoría, ya buscan acomodo en las filas de Claudia Sheinbaum.
Aquí mismo, en Sonora, se antoja difícil que los marcelistas quieran correr la suerte de un automarginado del poder. Tal vez si Ebrard hubiera aceptado un cargo en la campaña, por ejemplo coordinador o asesor inmediato de Sheinbaum, sus simpatizantes seguirían unidos a él.
Pero son muy pocos los que tendrán interés en correr la aventura que quiere iniciar Ebrard. Falta poco para la elección presidencial, en apenas 8 ó 9 nueve meses no podrá convertirse en una personalidad atractiva para el electorado.
Al igual que Sheinbaum, el excanciller no tiene más fuerza propia que la ganada por estar a un lado de AMLO. Lejos de éste, empezará a opacarse.
Y como alma en pena, con menos amigos y sin perro que le ladre, recorrerá los rincones del país ilusionado por lo que pudo haber sido y no fue.
Sólo MC podría salvarlo de ese destino.