HERMOSILLO.- No se abren aún las puertas y la fila de espera se alarga y alguien chifla en el viento el inicio de Gatos, perros y este asqueroso blues y, en otro lado de la fila un silbido más contesta. Suenan latas vacías en el suelo mientras más de cien personas nos hacemos bola para el último concierto de la “Gira de la golondrina” de Armando Palomas.
Es Hermosillo y es nueve de septiembre. La noche calurosa del verano siempre alargado de la capital de Sonora nos suda las camisetas. En la fila existimos cholos, fresas, rockeros, cumbieros y oficinistas. Cocodrilos de cantina, elefantes bailarines de tap y hasta un gorila homosexual. Muestrarios de aretes, pachucos arrumbados y rebeldes macizos.
Ocupamos el patio de Casa del Sol para escuchar y brindar con el Pinche Palomas. Para recorrer con su voz la huella de sus treinta y tres discos en treinta años de escenarios. Para corear las nuevas y las viejas, las que nos hacen recordar mejores o peores tiempos. Porque así son las rolas: espacios que transitamos o lumbre que nos habita el pecho.
Ahí viene el Palomas con su negra guitarra y con su conciencia negra. Negra, “más negra que el culo de Memin Pinguín”.
Abre boca con un par de las canciones con más canas del repertorio: Santa de Infonavit y Señora vudú. No sin antes pedir un paro a toda la banda. Bajar los celulares que graban y pasarla más chilo sin la desconexión que provoca estar compulsivamente documentando. En años, es de los pocos conciertos a los que he asistido donde en lugar de alzar el público sus teléfonos, cada rola se levantaban en mano las cervezas, los puños, los cuernos. Porque la raza sin hacerla de pedo, cooperó con la propuesta de Armando de vivir el tipo de concierto donde se conversa, se canta y existe una unión arrabalera y por la naturaleza del concierto, de despedida.
“Es muy bonito regresar a donde pude haber muerto, es muy bonita su bienvenida”. No es un secreto la relación que tiene el Palomas con Sonora y advirtió que venía a cerrar un ciclo con la gente de acá, con el accidente y Hermosillo era clave para esta gira del Armando.
No hay una banda detrás en este concierto acompañando al de Aguascalientes. A pura voz y guitarra. Íntimo, potente, sarcástico, mamón y sincero. La hermosa arrogancia del Palomas es la carcajada para muchos y la incomodidad para otros. Porque en los años de cantar por todas partes, además de escribir canciones personales y amorosas, al Palomas como deporte le ha gustado siempre mentar madres. En corto a Molotov y a Alex Lora, al rock y a la trova, a la tele, al fútbol y al gobierno, aunque esta noche, de huevos y sin hacer fintas se declaró obradorista.
No he parado de decirles a los compas que este concierto ha sido nostálgico y abrazador. Divertido en los instantes que el Palomas así lo quiso y de franca despedida.
Se dio el tiempo para decir su nombre con todas las letras. Para aceptar los adjetivos que le dio la vida y los que le dio la gente. Para compartirse no sólo con canciones. Para estar orgulloso de que si algún día alguien pudo alimentarse vendiendo sus discos en la piratería, ha cumplido con ser un buen artista.
Este sábado, la neta que no pareció un lunes. La noche le pidió al Armando que bebiera unos tragos de whisky, para comerse todas las pestañas de los ojos sonorenses que asistieron a verlo en un último blues.
Órale, morros, puro Palomas.
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